Un ciclo volátil y en cambio constante
Las elecciones han significado un potente aldabonazo sobre la estructura política del régimen, poniendo en cuestión su dinámica bipartidista de décadas y permitiendo la emergencia de candidaturas ciudadanas con contaminación de los movimientos sociales en las urbes principales. Hay que resaltar que los resultados han sido mejores en los lugares donde la presencia de los activistas de calle ha sido mayor y donde las listas de ‘unidad popular’ han alcanzado a constituirse de manera plural y participativa. Donde las listas, sin embargo, se han escindido sobre las líneas de los partidos preexistentes, la realidad va a empujar a la confluencia forzosa a quienes no quisieron hacer ese trabajo previamente.
El problema esencial empieza ahora: los resultados muestran un escenario político futuro que es de todo menos simple. Debemos hacer notar, en primer lugar, la pervivencia del proyecto social-liberal. El PSOE tiene la llave de casi cualquier gobierno ‘de cambio’. La conjunción, en esas circunstancias, de la capacidad de seducción del poder, junto al ‘abrazo del oso’ obligado con una de las ramas principales de la ‘casta’, augura muchos problemas prácticos y dilemas éticos para las gentes que han pretendido el “asalto a las instituciones”. Todos podemos imaginar el tipo de condiciones que el aparato socialista pondrá encima de la mesa en cualquier negociación.
No cabe duda de que el resultado de la jornada electoral ha hecho patente una inmensa voluntad de cambio en la población. Hay que tener en cuenta, sin embargo, la tremenda volatilidad de una situación en la que la crisis de civilización del capitalismo senil no se va a detener, sea cual sea la composición de los ayuntamientos o del parlamento estatal.Como afirmara Immanuel Wallerstein, ante la degradación progresivamente acelerada del mundo social en que vivimos, las poblaciones van a intentarlo todo, lo que implica tremendos bandazos en términos electorales en poco tiempo. La inestabilidad va a pasar a ser una realidad nuclear de los próximos tiempos, con complicados pactos y negociaciones, con rupturas y traiciones, con intentos de profundización democrática boicoteados por los aliados de las propias fuerzas del cambio. Las dificultades de la construcción de un bloque contra-hegemónico en términos electorales emergerán a la superficie, y los pactos a tres o a cuatro limitarán muchas ansias regeneradoras.
El riesgo es evidente: el desánimo y desencanto de las clases populares ante una realidad que no cambie en lo esencial, ante una transformación que no se afinque en lo cotidiano, y su súbito salto hacia otras opciones que no podemos predeterminar.
La única manera de conjurar el escenario que hemos dibujado pasa por tener bien presente que el cambio real, el que determinará la profundidad de la experiencia de construcción democrática, no está en las instituciones, sino en otra parte. Lo ocurrido en las instituciones es una consecuencia del progresivo salirse de su eje de un modelo social acabado, pero que aún intenta sobrevivir provocando la mayor confusión posible en las clases sociales que pueden articular una dinámica de construcción popular distinta.
Es precisamente ese proceso de construcción popular lo que puede dar a la experiencia democrática iniciada la suficiente densidad y profundidad, en términos de construcción de conciencia y autoorganización colectiva, para que la creciente inestabilidad no se resuelva en un retorno degradado y autoritario de las viejas ideas, sino en un proceso de innovación social capaz de alimentar y liberar la creatividad popular.
Aquí resultará decisivo el tipo de relación que establezcan los nuevos poderes institucionales con las experiencias de organización autónoma de las clases subalternas. Los procesos de cooptación, la falta de respeto a la independencia de las organizaciones de base, lejos de estabilizar el país, provocarán en las circunstancias actuales fenómenos inesperados. La tremenda transformación cultural que se necesita precisará de unos movimientos fuertes y autónomos.
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