1 de Mayo del sindicalismo combativo en Madrid.
1º DE MAYO COMUNICADO FINAL UNITARIO
A las trabajadoras y los trabajadores:
Hoy, como cada Primero de Mayo, nos vemos en las calles. No en los despachos, ni en los palacios de la realeza ni en los grandes locales de la patronal y las oligarquías. Las gentes del sindicalismo combativo y de clase de este país nos vemos en las calles.
Y estamos aquí, en las calles, para rubricar una apuesta: una apuesta por la lucha, por la movilización, por la organización de la clase trabajadora. Porque sabemos que la lucha es el único camino que conduce a la mejora de las condiciones de vida y a la transformación de la sociedad.
Porque el abandono de las luchas y de la organización de la clase trabajadora es lo que nos ha llevado a décadas de derrotas y a la debilidad actual. A una situación marcada por la precariedad y la pérdida de derechos.
La ofensiva patronal contra las conquistas históricas de nuestra clase ha sido abrumadora, en los últimos años, y los distintos gobiernos no han hecho otra cosa que allanarle el camino. Gobiernos que han aprobado reformas laborales que han provocado una auténtica revolución en el mundo del Derecho del Trabajo y de las relaciones laborales reales.
Porque ellos si son revolucionarios. Si quieren cambiarlo todo, derribar todos los muros que aún, mínimamente, limitan su poder absoluto sobre nuestras vidas y nuestra fuerza de trabajo. Ellos sí han cambiado el mundo en las últimas décadas. La precariedad tiene nombres propios, delimita realidades específicas: las ETTs, las contratas y subcontratas, los “falsos autónomos”, el trabajo temporal y a tiempo parcial, el desempleo, el trabajo de los migrantes, la feminización de la pobreza. Todo eso llevaba a un sitio concreto: a una sociedad transformada en la que la fuerza del trabajo organizado se diluyera y las condiciones de vida de la mayoría de la población se hundieran. Necesitaban mayores tasas de rentabilidad y las han conseguido mediante la división, la segmentación de la fuerza de trabajo en grupos con distintas condiciones y convenios que tratan de enfrentar unos con otros, al tiempo que hacen todo lo posible por hacer desaparecer toda conciencia de clase.
Porque ese es el sentido de todas sus reformas laborales, de todos sus inventos como el de llamada flexiseguridad impulsada por la Comisión Europea, o el de la Formación Profesional Dual que va a hacer trabajar casi gratis a los jóvenes a cambio de una formación degradada por años de recortes: separar a los trabajadores, enfrentar a unos con otros.
Precarios contra funcionarios. Fijos contra temporales. Falsos autónomos contra asalariados, extranjeros contra autóctonos, jóvenes contra mayores. Subcontratados contra los que están en la plantilla de la principal. Nos quieren divididos, e inventa mil maneras de que esa división se transforme en enfrentamiento y competencia entre los trabajadores, como dar primacía a los convenios de empresa sobre los sectoriales o legalizar las dobles escalas salariales.
Y, junto a la división de la clase, la negación directa de su existencia: en la televisión, en la prensa escrita, en los productos culturales, en la vida política, el trabajo es invisible, no existe. Vosotros, nosotros, no existimos como sujetos reales. Podemos elegir ser consumidores de las mercancías, ciudadanos de una democracia que nunca ha llegado a serlo (no en vano ni siquiera el Jefe del Estado ha sido elegido democráticamente), hinchas de un equipo de fútbol, fans de un cantante, pero no trabajadores. Nos dicen que la clase trabajadora no existe, es algo viejuno, pasado de moda, algo de lo que no se debe de hablar. Si hay algo prohibido en la cultura degradada del neoliberalismo es el trabajo. Se creen que todo se hace solo. Que el Metro y los autobuses funcionan solos, que las escuelas y los hospitales los abren los espíritus, que las calles y los locales los barren y limpian los ampulosos dirigentes de las tarjetas black.
Pero no es así, y aquí estamos: en las calles. Marchando con nuestra dignidad por bandera. Con la movilización, la organización y la lucha como enseñas. Sabemos que tenemos que superar nuestras divisiones, pero también que construir un nuevo sindicalismo mucho más fuerte, radical y combativo que el de los llamados mayoritarios que acostumbran a vendernos en la mesa de los oligarcas. Sabemos que la clase trabajadora, a nivel mundial, es más numerosa que nunca, que hoy hay más asalariados que nunca, que es nuestra clase la que siempre paga las crisis, y que ningún cambio podrá hacerse, pese a lo que pese, sin el concurso consciente y decisivo de los productores de toda la riqueza social.
Sabemos, en definitiva, que la lucha es el único camino, que tenemos que confluir para luchar, que tenemos que organizarnos para ser fuertes, que tenemos que formarnos para ser capaces, que en la lucha de clases aún no se ha dicho la última palabra.
Sabemos, también, que a un sistema global como el capitalismo, que sólo crea devastación y miseria, no se le puede enfrentar solamente desde las luchas particulares, separadas, sino que hay confrontarle desde lo que tenemos en común, desde un sujeto lo bastante amplio para hacerle frente. Y lo que tenemos en común es nuestra dependencia del trabajo asalariado para ganarnos la vida, para tener un acceso digno a aquello que cumple las necesidades básicas. El trabajo (aunque sean en la forma degradada de su falta, de su condición precaria, su disfraz de formación o de falsa autonomía) es el corazón de nuestras vidas, y aquello que realmente tenemos en común , lo que nos constituye como clase.
Frente a la crisis del Capital, que no sólo es financiera, sino también económica, cultural, ecológica, pedagógica y de valores, oponemos la lucha del trabajo organizado, de los hombres y mujeres que afirman la vida, la solidaridad y la libertad, que se intentan hacer de su dignidad el ariete que abra espacios para nuevas posibilidades sociales. De la resistencia colectiva de los subcontratados de Telefónica, de los profesores y maestros, de los que nos transportan en las mañanas de bruma y rocío, de los trabajadores de la Sanidad, de los limpiadores de Madrid, es de donde se puede aprender. Tenemos que conectar esas luchas, y las que se siguen dando en nuestra ciudad, y dotarlas de un sentido fuerte que las haga símbolo, que las transforme en signo que despierte a la gente adormilada, a los que creen que otros les pueden solucionar sus problemas sin esfuerzo, a los que se han resignado a la rendición.
Y tenemos que construir una Huelga nueva, una Huelga General de todas y de todos, social, de consumo, afianzada en los barrios, en la que participen también los precarios y desempleados. Pararlo todo para echar a andar un nuevo día.
Adelante siempre, que la dignidad marche por las calles de Madrid.
EXIGIMOS PAN, TRABAJO, TECHO. Y LO VAMOS A CONQUISTAR ENTRE TODOS.
LA LUCHA ES EL ÚNICO CAMINO.
HACIA LA HUELGA GENERAL.
A las trabajadoras y los trabajadores:
Hoy, como cada Primero de Mayo, nos vemos en las calles. No en los despachos, ni en los palacios de la realeza ni en los grandes locales de la patronal y las oligarquías. Las gentes del sindicalismo combativo y de clase de este país nos vemos en las calles.
Y estamos aquí, en las calles, para rubricar una apuesta: una apuesta por la lucha, por la movilización, por la organización de la clase trabajadora. Porque sabemos que la lucha es el único camino que conduce a la mejora de las condiciones de vida y a la transformación de la sociedad.
Porque el abandono de las luchas y de la organización de la clase trabajadora es lo que nos ha llevado a décadas de derrotas y a la debilidad actual. A una situación marcada por la precariedad y la pérdida de derechos.
La ofensiva patronal contra las conquistas históricas de nuestra clase ha sido abrumadora, en los últimos años, y los distintos gobiernos no han hecho otra cosa que allanarle el camino. Gobiernos que han aprobado reformas laborales que han provocado una auténtica revolución en el mundo del Derecho del Trabajo y de las relaciones laborales reales.
Porque ellos si son revolucionarios. Si quieren cambiarlo todo, derribar todos los muros que aún, mínimamente, limitan su poder absoluto sobre nuestras vidas y nuestra fuerza de trabajo. Ellos sí han cambiado el mundo en las últimas décadas. La precariedad tiene nombres propios, delimita realidades específicas: las ETTs, las contratas y subcontratas, los “falsos autónomos”, el trabajo temporal y a tiempo parcial, el desempleo, el trabajo de los migrantes, la feminización de la pobreza. Todo eso llevaba a un sitio concreto: a una sociedad transformada en la que la fuerza del trabajo organizado se diluyera y las condiciones de vida de la mayoría de la población se hundieran. Necesitaban mayores tasas de rentabilidad y las han conseguido mediante la división, la segmentación de la fuerza de trabajo en grupos con distintas condiciones y convenios que tratan de enfrentar unos con otros, al tiempo que hacen todo lo posible por hacer desaparecer toda conciencia de clase.
Porque ese es el sentido de todas sus reformas laborales, de todos sus inventos como el de llamada flexiseguridad impulsada por la Comisión Europea, o el de la Formación Profesional Dual que va a hacer trabajar casi gratis a los jóvenes a cambio de una formación degradada por años de recortes: separar a los trabajadores, enfrentar a unos con otros.
Precarios contra funcionarios. Fijos contra temporales. Falsos autónomos contra asalariados, extranjeros contra autóctonos, jóvenes contra mayores. Subcontratados contra los que están en la plantilla de la principal. Nos quieren divididos, e inventa mil maneras de que esa división se transforme en enfrentamiento y competencia entre los trabajadores, como dar primacía a los convenios de empresa sobre los sectoriales o legalizar las dobles escalas salariales.
Y, junto a la división de la clase, la negación directa de su existencia: en la televisión, en la prensa escrita, en los productos culturales, en la vida política, el trabajo es invisible, no existe. Vosotros, nosotros, no existimos como sujetos reales. Podemos elegir ser consumidores de las mercancías, ciudadanos de una democracia que nunca ha llegado a serlo (no en vano ni siquiera el Jefe del Estado ha sido elegido democráticamente), hinchas de un equipo de fútbol, fans de un cantante, pero no trabajadores. Nos dicen que la clase trabajadora no existe, es algo viejuno, pasado de moda, algo de lo que no se debe de hablar. Si hay algo prohibido en la cultura degradada del neoliberalismo es el trabajo. Se creen que todo se hace solo. Que el Metro y los autobuses funcionan solos, que las escuelas y los hospitales los abren los espíritus, que las calles y los locales los barren y limpian los ampulosos dirigentes de las tarjetas black.
Pero no es así, y aquí estamos: en las calles. Marchando con nuestra dignidad por bandera. Con la movilización, la organización y la lucha como enseñas. Sabemos que tenemos que superar nuestras divisiones, pero también que construir un nuevo sindicalismo mucho más fuerte, radical y combativo que el de los llamados mayoritarios que acostumbran a vendernos en la mesa de los oligarcas. Sabemos que la clase trabajadora, a nivel mundial, es más numerosa que nunca, que hoy hay más asalariados que nunca, que es nuestra clase la que siempre paga las crisis, y que ningún cambio podrá hacerse, pese a lo que pese, sin el concurso consciente y decisivo de los productores de toda la riqueza social.
Sabemos, en definitiva, que la lucha es el único camino, que tenemos que confluir para luchar, que tenemos que organizarnos para ser fuertes, que tenemos que formarnos para ser capaces, que en la lucha de clases aún no se ha dicho la última palabra.
Sabemos, también, que a un sistema global como el capitalismo, que sólo crea devastación y miseria, no se le puede enfrentar solamente desde las luchas particulares, separadas, sino que hay confrontarle desde lo que tenemos en común, desde un sujeto lo bastante amplio para hacerle frente. Y lo que tenemos en común es nuestra dependencia del trabajo asalariado para ganarnos la vida, para tener un acceso digno a aquello que cumple las necesidades básicas. El trabajo (aunque sean en la forma degradada de su falta, de su condición precaria, su disfraz de formación o de falsa autonomía) es el corazón de nuestras vidas, y aquello que realmente tenemos en común , lo que nos constituye como clase.
Frente a la crisis del Capital, que no sólo es financiera, sino también económica, cultural, ecológica, pedagógica y de valores, oponemos la lucha del trabajo organizado, de los hombres y mujeres que afirman la vida, la solidaridad y la libertad, que se intentan hacer de su dignidad el ariete que abra espacios para nuevas posibilidades sociales. De la resistencia colectiva de los subcontratados de Telefónica, de los profesores y maestros, de los que nos transportan en las mañanas de bruma y rocío, de los trabajadores de la Sanidad, de los limpiadores de Madrid, es de donde se puede aprender. Tenemos que conectar esas luchas, y las que se siguen dando en nuestra ciudad, y dotarlas de un sentido fuerte que las haga símbolo, que las transforme en signo que despierte a la gente adormilada, a los que creen que otros les pueden solucionar sus problemas sin esfuerzo, a los que se han resignado a la rendición.
Y tenemos que construir una Huelga nueva, una Huelga General de todas y de todos, social, de consumo, afianzada en los barrios, en la que participen también los precarios y desempleados. Pararlo todo para echar a andar un nuevo día.
Adelante siempre, que la dignidad marche por las calles de Madrid.
EXIGIMOS PAN, TRABAJO, TECHO. Y LO VAMOS A CONQUISTAR ENTRE TODOS.
LA LUCHA ES EL ÚNICO CAMINO.
HACIA LA HUELGA GENERAL.
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