Ingobernables
Leo en el periódico que hoy somos ingobernables. Ya era hora, la verdad. Qué ilusión. Tantos gobiernos y tantos recortes, tanta precariedad y tanto hastío nos habían llevado a un lugar de no retorno. El problema es –sigo leyendo en el periódico– que no sabemos qué pasará en los próximos meses. Porque no somos ingobernables porque no vayamos todos los días al trabajo o discutamos al patrón, ni porque hayamos decidido no obedecer, sino porque hemos votado fragmentado, incoherente. No hemos votado lo que debíamos, lo analice quien lo analice.
Recortadores, 'ruizes', héroes de la 'nueva política', tipos de tres duchas diarias,patriotas de varias patrias, van a tener que ponerse de acuerdo. Es cierto que es un cambio. Aunque, ya lo hemos dicho, no sabemos a dónde nos lleva. Entre otras cosas porque, desde siempre, a nuestro pueblo nos llevan, nunca vamos. A una gran coalición del bipartidismo , a la madre de todos los pactos alrededor del PSOE o a repetir las elecciones.
Somos ingobernables no porque hayamos decidido no obedecer, sino porque no hemos votado lo que debíamos
El caso es que, como espectadores, nos vamos a divertir. Vamos a ser ingobernables sentados en el sofá, que siempre es una ventaja. En Málaga más del 30% de la población vive en condiciones de empobrecimiento. Superan las 167.000 personas. Cerca de 60.000 hogares no pueden hacer frente a las facturas de suministros básicos. Lo denuncia la campaña Vivir Dignamente en Málaga, organizada por la Oficina de Denuncia y Derechos Sociales Kontrapunto.
El joven madrileño Alfon sigue en prisión por su participación en una Huelga General. Decenas, sino centenares, de trabajadores de los que tomaron las calles hace poco, para tratar de parar los desahucios y los recortes, han sufrido en sus carnes una represión desmedida, injusta y, en algunos casos, claramente antijurídica.
¿Hablarán de todo eso sus señorías al pueblo ingobernable? ¿O, más bien, ocultarán el desfile de los egos y las ansias del sillón, los problemas sociales de fondo? No olvidemos que el bipartidismo puede alimentar agazapado unos meses de tragicomedia para volver a ser la opción útil de unas nuevas elecciones.
Catalunya, además, es la sombra que también nos acecha. Sin solución para eso no hay solución para nadie. Pero tampoco nadie coincide en la solución para eso: ¿federalismo, quedarnos como estamos, referéndum, independencia? Para que la madre de todos los pactos se produzca se tienen que poner de acuerdo en esto. Y ese también es un asunto ingobernable.
¿Ocultarán el desfile de los egos y las ansias del sillón, los problemas sociales de fondo?
Ese es la medida exacta del final del glorioso “año de la recuperación”: devenimos ingobernables, pero sin acritud, sin malos modos. Vamos a tener circo para rato. Ya veremos qué pasa cuando la Comisión Europea se ponga a dar órdenes en serio y enseñe el objetivo de déficit y el plan de ajuste asociado. Entonces veremos quienes son, en ese parlamento ingobernable, obedientes, y quienes no.
Pero el caso es que a mí me hace ilusión eso de ser ingobernable. Aunque sólo sea una manera de hablar. Podríamos acostumbrarnos. Podríamos dedicarnos, en serio, a ello. Podríamos construir, en la realidad cotidiana, en los centros de trabajo, en las calles, un espacio ingobernable. Sin acritud, si queréis, pero ingobernable. Un espacio para un pueblo fuerte que se gobierne a sí mismo.
Tenemos culebrón político para rato. Veámoslo con benevolencia y sentido del humor, pero organizando en serio el futuro. La hora de los cambios reales ha de empezar por la construcción popular, y eso no se juega en el parlamento, sino en la vida real. Las cosas están cambiando, y ser ingobernables en algún sentido siempre es un buen precedente.
“Todo es caos bajo el cielo, la situación es inmejorable”, siempre y cuando el pueblo se ponga a prepararse y organizarse en serio.
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