Ante las elecciones: volver al pueblo
(Publicado en el número 36 bis de la revista Trasversales: http://www.trasversales.net/36bis.pdf )
El 20
de diciembre se celebran las elecciones generales. Las distintas fuerzas
políticas aceran su propaganda, exponen a sus líderes en prime time, tratan de
convencer a los indecisos, hacen gestos públicos intempestivos…
Lo
siento, y me gustaría equivocarme, pero nada parece que vaya a cambiar
demasiado. Un Parlamento mucho más fragmentado. Fuerzas emergentes que, desde
distintas perspectivas, buscan un hueco en la representación de la
representación, en el teatro de los gestos homologados, en el ojo del huracán
mediático que, sin embargo, se encuentra, en la realidad de este siglo pleno de
bifurcaciones, bien lejos del poder real, que se juega en otro sitio.
El
movimiento popular ha intentado el asalto institucional de una manera
específica. Vamos a ver el resultado. Podría haberse hecho de otro modo, es
cierto, pero muchos de los que ahora lo dicen abandonaron sus prácticas y
proyectos previos porque “este era el único camino”, al hilo de la brutal explosión
mediática de las europeas. Veremos si se apoya al social-liberalismo o se
practica la oposición. Veremos que
sucede. Se anuncia una mayor inestabilidad.
Algunos
creemos que el problema está en otro sitio. No en la astucia maquiavélica, ni
en el significante vacío peronista, ni en la competencia del community manager.
Ni siquiera en las apelaciones a la democracia o a las multitudes en red, el
enjambre comunicativo, o a la base del partido, si la base sigue siéndolo de un
partido jerárquico y sigue siendo base.
La
única opción hubiese sido encabalgarse en un proceso de movilización denso y
profundo. La gente en las calles y las conversaciones enteramente
transformadas. La reapropiación de la polis desde la práctica cotidiana delas
clases populares. De hecho, lo que estaba sucediendo. Luego volvieron las
apelaciones a la normalidad, a que alguien, con buena fe, muy capacitado y muy
joven, resolvería nuestro problema. A
que la política es algo que hacen los demás.
Esa es
la cuestión esencial para la trasformación social: lo que no ocurre en las
pantallas del televisor, lo que no suceden por delegación, porque nos pasa a
nosotros día a día en el trabajo, en las calles, con la familia, en el ámbito
personal y colectivo.
Transformar
es cambiar eso: la praxis y el sentido común corrientes. Eso implica un trabajo
de educación popular y densificación social que se inició el 15 M y se abandonó
después. Los movimientos sociales desfallecen, la clase obrera está autista,
las conversaciones han vuelto a girar sobre lo de siempre, ¿alguien cree que en
estas circunstancias va a derrumbarse el castillo que oculta y defiende a la
oligarquía por una simple astucia muy oportuna?
Después
del 20 de diciembre habrá que empezar a trabajar de nuevo. Volver a la base
social abandonada. A la vida económica, cultural, a los barrios y centros de
trabajo. La acción política es (o debe ser, si pretende ser revolucionaria)
acción pedagógica. Pero hay que entender, también, que una pedagogía de la
liberación es una pedagogía de la participación y del diálogo. La clase se dota
de su propia autoconciencia en las luchas y en sus debates propios, en las
acciones y en los espacios donde comparte sentidos y recursos. La intentona
política de la parte ilustrada de la clase media (que siempre se queda en
intentona o en desengaño, precisamente por su pusilanimidad e
inconsecuencia) puede basarse en la
identificación afectiva con un significante vacío, salvador y carismático; pero
el cambio profundo, “de abajo a arriba”, que reclaman las clases subalternas,
precisa de un pueblo fuerte y organizado, consciente y productivo, capaz de
modificar la realidad sabiendo que lo hace y para qué lo hace. Precisa de un
pueblo otro que el que hay, que se autogenere en una espiral de teoría y praxis
sobre sí mismo y sus propias luchas.
Vamos a
ver los límites de un nuevo republicanismo populista que no se quiere
identificar abiertamente como tal, pero que se dirige una y otra vez a los
mismos callejones sin salida de su precedente histórico: cambiar sin asustar a
los que mandan es imposible, cambiar sin empoderar a los trabajadores,
también. La alternativa es el cambio
social desde abajo, y eso pone en cuestión los consensos más básicos de nuestro
mundo político: el Régimen del 78 (que parece que finalmente va a sobrevivir,
aunque se le dé una nueva capa de chapa y pintura), pero también el statu quo
económico y el equilibrio de clases, justo el límite entre reforma y ruptura
que marcó el devenir pantomima de la Transición pactada en los setenta.
Toca,
pues, después del día 20, volver al pueblo y a las calles, aunque algunos sean
diputados y, por tanto, muy divinos. Toca reencontrar el sentido de las luchas,
la estética de la muchedumbre en acción, las canciones de la resistencia y los
aromas del populacho. Toca volver a hablar con la gente, o acostumbrarse al
despacho, los que hayan llegado a él, e ir mirando si la puerta gira lo
suficiente para estar colocados de por vida. Algunos tendrán que elegir entre
arriba y entre abajo.
Los y
las que se finalmente se queden por aquí, tomando cafés y escribiendo
cuartillas emborronadas entre trabajadores de lo público, limpiadores, mujeres
del pueblo, activistas y precarios de todo tipo y condición, volverán a lo de
siempre: la construcción popular es la única llave del cambio real.
José
Luis Carretero Miramar.
Comentarios