No somos dóciles.

No somos dóciles. Por eso nos metimos donde nos metimos. No decimos siempre lo conveniente o lo que quiere la secta. Nos somos complacientes, no somos la voz que adula a la mayoría, sino la que intenta encenderla de vitalidad. Trabajamos por un tiempo sin espuelas, sin oscuridades, sin resentimientos. Pasamos los días conspirando y amando, apostando, aprendiendo y, las más de las veces, perdiendo. Cubrimos los segundos que pasan con el manto de nuestra energía derramada, con nuestras manos rotas de esperanza, con nuestra insubordinación. Y así seguimos.

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