Notas sobre sindicalismo revolucionario. Debatiendo con Pepe Gutiérrez-Álvarez

Notas sobre sindicalismo revolucionario. Debatiendo con Pepe Gutiérrez Álvarez

Por José Luis Carretero Miramar
Como quiera que el debate y la clarificación de posiciones sobre el tema es enormemente pertinente en estos momentos, no he podido sustraerme a hacer una serie de matizaciones y comentarios sobre lo que escribió Pepe y lo que yo mismo narré en mi corto estado de Facebook

Hace escasos días, Pepe Gutiérrez Álvarez ha publicado  unas notas  en kaosenlared  (
http://kaosenlared.net/garcia-oliver-y-el-sindicalismo-revolucionario-notas-al-vuelo-sobre-unas-reflexiones-de-jose-luis-carretero/) al hilo de un estado que escribí en mi muro de Facebook. El tema era la actualidad del sindicalismo revolucionario y de las luchas del trabajo en el vertiginoso siglo XXI.Por José Luis Carretero Miramar 
Pepe, con su enorme cultura histórica, comenzó su artículo con la biografía del personaje histórico que yo había mencionado en mi estado, Juan García Oliver, para continuar con una serie de reflexiones sobre el sindicalismo en la transición y en el momento actual. Como quiera que el debate y la clarificación de posiciones  sobre el tema es enormemente pertinente en estos momentos, no he podido sustraerme a hacer una serie de matizaciones y comentarios sobre lo que escribió Pepe y lo que yo mismo narré en mi corto estado de Facebook.
No hay duda de que García Oliver es un personaje interesante en estos momentos, no sólo porque su libro “El eco de los pasos” es un monumental espejo de lo que fue el anarcosindicalismo en los inicios del siglo XX, sino también porque su voluntarismo indómito representa un ejemplo de vida dedicada al trabajo del trabajo sobre sí mismo (es decir, a la constitución de lo que otros llamaron “el hombre nuevo del socialismo”). Además, las alternativas que García Oliver dibuja en su práctica político-sindical de los años 30, representan bien a las claras las posibilidades y límites de las posiciones de ruptura revolucionaria (“ir a por el todo”) ante las vacilaciones, contradicciones  e, incluso, crímenes, de los “gobiernos progresistas” del momento.
Eso no debe llevarnos a una reivindicación acrítica, idealizada o descontextualizada del personaje o de la línea político-sindical que García Oliver llegó a representar. Está clarísimo que vivimos, ahora, en una sociedad, enormemente diferente, donde determinadas prácticas usuales en todas las líneas sindicales al principio del siglo XX, serían impensables y contraproducentes. También es evidente que la relación de fuerzas actual no permite plantearse la posibilidad inmediata del “ir a por el todo”, lo que impone otro tipo de líneas estratégicas para la construcción de poder popular y conciencia obrera.
Pero lo que a mi realmente me interesó del libro, a los efectos prácticos actuales, son las primeras páginas, en las que se describe la construcción dela organización sindical cenetista en Reus, en una situación de enorme tensión social. Y aquí es donde podríamos conectar con las necesarias reflexiones sobre la situación presente de las luchas del trabajo.
Dice Pepe que las formas  futuras de acción del trabajo organizado no nacerán de la expansión del “ideal”, sino de las necesidades reales de las luchas concretas. Eso impone tener en cuenta  “las experiencias que nos enseñan que la pluralidad de criterios no  son malas, que la tenemos que asimilar y reconocer para darle un sentido “libertario” en el sentido más pleno de la palabra”. Se trata, de hecho, de una pertinente afirmación antidogmática y contra el sectarismo, que conecta con esas primeras páginas de “El eco de los pasos” en las que descubrimos que la organización cenetista en Tarragona se construye, a principios del siglo XX,  con la contribución de militantes de origen republicano, catalanista, incluso requeté, o con tendencias abiertamente marxistas. El anarquismo (más bien habría que decir los anarquismos) es, entonces, un haz de  líneas entre otras en el plano sindical, con un enorme prestigio ganado entre el proletariado, no por los tejemanejes burocráticos en la estructura de la organización, sino por la práctica reiterada  de lucha de sus militantes.
La reconstrucción del mundo del sindicalismo revolucionario para el día de hoy impone la recuperación de ese antidogmatismo y  de esa ausencia de sectarismo, pues como muy bien dice Pepe, “la discusión de la AIT” ha venido siendo superada por los hechos. Y lo que importa ahora, no es, por tanto, dirimir viejas querellas sin sentido, sino construir el nuevo discurso que plantee la posibilidad de un nuevo socialismo a la altura de los tiempos. Un socialismo que algunos queremos ecológico, participativo, autogestionario y, en definitiva, profundamente libertario, más allá de las definiciones y de los colores de las banderas.
Lo que si habría que aclarar, en todo caso, es que el sectarismo no es, en modo alguno, un patrimonio exclusivo del anarquismo actual. Quizás es cierto que en el anarcosindicalismo presente gran parte de los cargos (que no todos) acaban siempre en manos de los “negros”, pero no es menos cierto que en el mundo cultural o intelectual español, la hegemonía del pseudo-marxismo (me refiero a ese tipo de intelectuales normalmente dedicados una pose posmoderna que se amparan en un presunto marxismo light para intentar dar imagen de profundidad a posiciones elitistas y disolventes) se ejerce, también, con puño de hierro, no dando más espacio a los libertarios que el de historiadores  de cosas muertas o el de personajes estrafalarios y casi circenses. El sectarismo y el dogmatismo están en todas partes (entre otras cosas, por eso nos va como nos va) y también se puede ser un “socialdemócrata sectario”.
Pero volvamos al hilo de las primeras páginas de “El eco de los pasos”. Uno de los elementos más interesantes que introduce García Oliver es la descripción de las distintas concepciones que tienen en ese momento los socialistas de la UGT y los anarcosindicalistas respecto a la huelga. Para los socialistas, las huelgas son un asunto de “resistencia”. Se quedan en sus casas, sin trabajar, hasta que se les acaba el dinero. Suelen perderlas. Los anarcosindicalistas (en ese momento se estila más llamarlos “sindicalistas revolucionarios” o “sindicalistas”, a secas) prefieren tomar la iniciativa. La huelga es una lucha activa. Los huelguistas no se quedan en sus casas sino que realizan todo tipo de actividades tendentes a ganar el pulso. Eso les hace ganarlas. Una enseñanza importante. Y, una vez más, debemos decir que no se trata de repetir prácticas pretéritas sin sentido en el momento actual, sino de extraer lo esencial de la experiencia pasada.
Eso nos empuja al análisis de una afirmación de Pepe que, sin matizaciones, resulta un poco gruesa: la recuperación del sindicalismo revolucionario “se hará como lo están haciendo las mareas, los colectivos de mujeres de la limpieza, por movimientos que en un momento dado convergerán. Pero no en otra CNT ni nada parecido.”
Bien. Yo puedo contar que participé activamente en la Marea Verde madrileña, es decir, en las huelgas contra las instrucciones de horarios de la enseñanza secundaria de hace un par de años. Hice huelga, di clases en la calle, corté la Gran Vía madrileña, tomé la palabra en las asambleas…
El modelo es interesante, pero claramente insuficiente. Las huelgas empezaron con un empuje desde la base innegable y fueron altamente combativas. Sin embargo, lo que suele escaparse a los análisis “puramente movimientistas” que plantean que los sindicatos antagonistas son innecesarios, es la potencia práctica y, al tiempo, la degradación, del sindicalismo mayoritario y burocrático.
En el seno de las movilizaciones, los mayoritarios nos decía que volviéramos a casa (“resistencia”) y nosotros pugnábamos por seguir con las movilizaciones. Eso sólo se pudo hacer bajo el amparo de los sindicatos combativos, que legalizaron días adicionales de huelga o que ampararon a las plataformas surgidas desde la base, como Soy Pública, que estaban siendo calificadas por la burocracia como “antisindicales” o “corporativas”.
Es comprensible, por otra parte, que militantes esforzados del comunismo de tiempos de la transición devenidos en  sindicalistas honestos de los mayoritarios (que también los hay) tiendan a no terminar de comprender la profundidad de la degradación de sus estructuras, y de muchos de sus cuadros medios en muchos lugares. En plena Marea Verde, yo mismo fui amenazado directamente y de una forma bastante torpe (no tuvo en cuenta que, para entonces yo ya era funcionario de carrera) por un delegado de uno de los mayoritarios, en un aparte, por mis posiciones en las asambleas. Y no fui el único. Que también hay una “casta sindical”, y que está organizada, es, en estos momentos, innegable.
Por supuesto, los sindicatos combativos y las plataformas de base también cometieron sus propios errores. Pero eso es otra historia. Lo que queda meridianamente claro es la necesidad de la organización, de una organización permanente, sostenida en el tiempo, con sus propios recursos, con su personalidad jurídica propia, con una militancia formada. Y que, además, supere las barreras corporativas desde amplias posiciones de base.
Así que sí, si es necesaria “otra CNT”. Una organización permanente, amplia, no sectaria, plural, desde luego, pero por fuera de las estructuras burocráticas de los mayoritarios. “Un Gran Sindicato”, como decían los wobblies, que no se defina por la cercanía al “ideal”, sino por la práctica efectiva desde la base, de participación popular y de superación del activismo y las huelgas “de resistencia”.
El problema, por supuesto, es que el mundo del trabajo se ha transformado radicalmente en las últimas décadas. La explosión de las contratas y subcontratas, ETTs, falsos autónomos, la creciente flexibilidad contractual, la aparición de los grupos empresariales, las deslocalizaciones…todo ello ha generado una enorme fragmentación en la clase trabajadora que ha impedido establecer asideros para la acción colectiva. La precariedad reinante y la “derrota cultural” de los años 80 y 90, junto al adocenamiento y burocratización del “sindicalismo de concertación” han obturado, a día de hoy,toda posibilidad de reconstrucción de un espacio amplio para el sindicalismo revolucionario. He escrito algunos libros cortos sobre ello, todos disponibles gratuitamente en internet. No creo que se me pueda achacar desconocer esa realidad.
Frente a eso, algunos plantean, como alternativa a “otra CNT”, el “sindicalismo social”. Me he extendido mucho, y no creo que sea este el lugar para hacer un desarrollo amplio al respecto. Estos compañeros tienen razón y no la tienen, al tiempo.
Tienen razón en que el escenario se ha transformado y hay que buscar nuevas vías. También la tienen al recuperar la plasticidad espacial de las luchas y su vinculación con el resto de movimientos sociales.
No la tienen en que, ahora mismo, esas propuestas representen una alternativa (léase bien, no un complemento, sino una alternativa) a la construcción de organización desde el sindicalismo revolucionario. Algunos hemos vivido ya décadas de “sindicalismo social”, desde el conflicto de El Circo del Sol a finales de los 90 en Madrid, a cosas más modernas. El modelo no termina de cuajar, y al final, para muchos sectores en conflicto colectivo, se impone la necesidad de buscar el paraguas de las organizaciones consolidadas para muchas cosas.
Pero, en todo caso, el “sindicalismo social” es una gran esperanza. Un campo de experimentación prometedor. Con los últimos párrafos sólo he pretendido provocar (de “provo-care”, hacer un llamamiento) a otros activistas del mundo laboral, para intentar que participen en este debate.
Así que, si, hay que construir “Un Gran Sindicato”, plural, antidogmático, revolucionario y, sobre todo, (y esto daría para otro artículo más) independiente. El trabajo tiene que tener su propia voz, recuperar su pegada. Nos va mucho en ello.
José Luis Carretero Miramar.





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