Caminos para la construcción popular

José Luis Carretero
Caminos para la construcción popular

Revista Trasversales número 35 julio 2015

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José Luis Carretero Miramar
 es profesor de Formación y Orientación Laboral. Miembro del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA).


Los resultados de las últimas elecciones municipales y autonómicas han quebrado, de ma­nera perentoria y clara, el escenario previo. Treinta años de bipartidismo y "turnismo" polí­ti­co parecen a punto de irse por el desagüe. Las victorias, en localidades clave de nuestra geo­grafía, de las candidaturas de unidad popular más contaminadas por los movimientos so­ciales parecen innegables. Sin embargo, aún subsisten muchas sombras y puntos de bloqueo en el devenir previsible de la estrategia del "asalto a las instituciones" de la rama prin­cipal del movimiento democrático. Una es la pervivencia del PSOE, afirmándose cada vez más como partido imprescindible para la gobernabilidad (no es ajeno a ello el hecho de que Pedro Sánchez haya sido invitado a la última reunión del Club de Bilderberg, para, previsiblemente, ser aleccionado sobre las necesidades y preferencias del establishment global). Otra es la innegable debilidad de una "unidad popular" construida (donde ha sido construida), muchas veces, sobre la yuxtaposición de partidos más o menos so­cial­demócratas preexistentes, en el marco de procesos totalmente ajenos a la cotidianidad de la mayoría de la población y marcados por innumerables tensiones y desconfianzas.
Ahora toca ver hasta qué punto la victoria en las urnas se convierte en una victoria social efectiva, en términos de capacidad de transformación de las vidas reales de la gente. Y la necesidad de intrincados pactos, en un marco general de creciente inestabilidad política, junto a los límites ideológicos de muchos actores concretos que entienden el cambio como una simple continuidad de los discursos de la izquierda fenecida del régimen del 78, marcará sin duda la profundidad de muchas experiencias locales.
Pero, sobre todo, ahora toca comprobar hasta qué punto los cambios producidos en las instituciones son capaces de alimentar y entrar en un círculo virtuoso, o al menos no ser abiertamente antagónicos, con los procesos de construcción y auto-organización popular, más lentos y más profundos que, iniciados en el 15-M, se han venido desarrollando bajo la superficie rutilante de lo que sale en los mass media.
Procesos de experimentación colectiva como la emergencia de Mercados Sociales, iniciativas autogestionarias, apertura de centros sociales de barrio o de localidad, bancos de alimentos, colectivos estudiantiles, recuperaciones colectivas de viviendas por las víctimas de la burbuja inmobiliaria, plataformas de trabajadores en situación de precariedad y otras formas de poder popular efectivo que, aún en estado embrionario y semi-paralizadas en los momentos álgidos de la "ola electoral", dan cuenta de la transformación real producida en la sociedad española de forma más profunda y fidedigna que las simples declaraciones de los futuros aspirantes a diputados electos.
Esa es la textura real del cambio, lo único que puede garantizar la transformación: la articulación creciente de iniciativas populares autoorganizadas, la densificación progresiva de la vida social sobre bases nuevas, generando nuevos discursos y nuevas vivencias más allá del sofá y la sala de estar, en la vida cotidiana y en torno a las necesidades materiales inmediatas de la gente.
Las modalidades de la articulación entre las instituciones y todas esas nuevas dinámicas están por experimentar en nuestro país, y en ellas se jugará gran parte de lo esencial de la transformación social que se avecina.
En un entorno global cada vez más inestable, en el marco de las bifurcaciones crecientes del capitalismo senil en que vivimos, la construcción popular desde abajo se manifiesta como el antídoto esencial al caos sistémico que nos amenaza por todas partes. La experiencia latinoamericana, precisamente, mues­tra en estos momentos los límites de las tentativas de estabilización semi-keynesianas y semi-socialdemócratas (pues el keynesianismo y la socialdemocracia consecuentes son ya imposibles en el marco de la globalización de las finanzas y la explosión de los mercados OTC [mercados no organizados]) que no lleven a un avance decidido en el proceso de transición a una economía radicalmente diferente, basada en una matriz de autogestión y protagonismo popular directo.
El Estado regulador de las clases medias ilustradas se muestra ya en todas partes in­capaz de disciplinar los flujos financieros in­ternacionales. Sólo una amplia base de autoconstrucción popular y una narrativa de la transformación sistémica pueden sos­te­ner contrapoderes que limiten el poder radical y revolucionario de las oligarquías glo­bales. Es en la dialéctica entre los fondos buitres que se apropian de la vivienda pública con la colusión de las elites políticas, y las experiencias de ocupación colectiva de edificios de las clases subalternas; o entre los hedge funds que invierten en deu­da pública en apuros, y las empresas recuperadas por los trabajadores que intentan reconstruir lo social sobre bases nuevas, al tiempo que dar de comer a miles de personas, que se juega realmente el futuro. En este escenario, las instituciones son, a lo sumo, un inestable campo de batalla entre estos actores, pleno de minas y de trampas para las fuerzas populares, pero ya no, en modo alguno, un árbitro heterónomo capaz de regular las tensiones sociales para construir una nueva estabilidad y un consenso social efectivo.
Es por ello que, pese al parón impuesto por las urgencias electorales, los procesos de autoconstrucción popular no se han revertido del todo y en algunas ocasiones, incluso no se han detenido. Forman parte de una nueva realidad, algo que no es puramente discursivo ni un "significante vacío", ni el epifenómeno de la "indignación", sino el embrión de una nueva formación social y material en ciernes, que puede acabar de desarrollarse o no, en función de los vaivenes contingentes de la lucha de clases.
Todo ello pone sobre la mesa algunas cuestiones centrales, sin resolver, de nuestra incipiente "primavera democrática
- La cuestión de los movimientos sociales. No sólo de cómo se van a articular con las instituciones más o menos reformadas, sino de cómo van a mantener su autonomía e independencia mientras crecen y se articulan internamente y entre ellos. Hay nuevos proyectos que, precisamente, pretenden re­flexionar y generar prácticas de confluencia entre los militantes de los movimientos, que les permitan alcanzar colectivamente un grado cualitativamente superior de ca­pa­cidad organizativa y análisis. La Apuesta Directa intenta cartografiar un mapa de lo libertario y de las iniciativas de organización preexistentes, mientras la organización Apoyo Mutuo (resultado del proceso de reflexión abierto entre numerosos activistas sociales con la redacción y presentación del Manifiesto "Construyendo un Pue­blo Fuerte") trata de abrir un espacio para que militantes de los movimientos de base con una perspectiva compartida, construyan discurso colectivo, se conozcan y formen mutuamente, y generen sinergias y di­námicas de ruptura radical y democrática, así como de poder popular, en los ámbitos sociales en los que trabajan. Se trata de proyectos en curso que dan fe de que todo el mundo ha acabado asumiendo que las viejas seguridades ya no existen, que el escenario se ha transformado radicalmente, y que la dinámica social se acelera. Construir un pueblo fuerte desde abajo, implica ahora romper muchos vicios anquilosados de los movimientos sociales previos y abrirse a una visión más compleja y menos unilateral de la realidad, permitiendo las contaminaciones ideológicas al tiempo que se procura la profundización y desarrollo de los discursos y las prácticas populares
- La cuestión de la clase obrera. El proceso de cambio está siendo comandado por los sectores ilustrados de la clase media. No hay dudas en torno a esto, como han terminado por reconocer, incluso, destacados per­sonajes de la línea "institucional". Sin embargo es totalmente cierto, desde el pun­to de vista histórico (y esto atañe tanto a la historia española como a la internacional) que, como decía el lema de la última convocatoria del 1 de Mayo de los sindicatos com­bativos en Madrid, No hay cambio sin lucha obrera. La clase media ha desta­ca­do en nuestro país en el ejercicio de un papel histórico marcado por la pusilanimidad, la in­decisión y la inconsecuencia. En­frentada al abismo de un cambio que modificara los ejes de la vida social, finalmente ha decidido, una y otra vez, apostar por la ilu­soria estabilidad de lo conocido, basada en su pro­pia subordinación económica y política. Ahora se enfrenta a la posibilidad histórica de su propia aniquilación en el marasmo de la precariedad y la informalidad como nuevas normas laborales. Pero fantasea am­pliamente, como pasa en algunos sitios de La­tinoamérica, con un nuevo proceso de estabilización y re-centramiento del sistema, basado en la creación de un Estado regulador fortalecido, que garantice em­pleo a los más ambiciosos de sus retoños mientras evita las explosiones sociales de las clases subalternas por la vía de ayudas públicas a las situaciones más graves de exclusión. La clase trabajadora, mientras tanto, vería acrecentadas y profundizadas las derivas neoliberales de flexibilización y precarización del empleo, que intentarían sostener la competitividad internacional del trabajo nacional y atraer los flujos globales de inversión, que, "convenientemente regulados mediante los mecanismos fiscales adecuados" (sic), permitirían sostener al Estado en sus nuevas funciones limitadas.
Que este camino hace impracti­ca­ble sostener la amplitud de la actual clase media occidental, así como las conquistas de la clase obrera europea, y no termina de estabilizar un capitalismo en plena mutación civilizatoria, es cada vez más evidente.
Así que la clase trabajadora, en un sentido amplio, se convierte, como por otra parte era de esperar para cualquiera que no se haya dejado arrastrar por las nebulosas concepciones postmodernas, en un factor decisivo del cambio, tanto a nivel estatal como internacional. Sólo ella puede dar la masividad y la profundidad suficiente al proceso para que el mismo se convierta en el inicio de un proceso de transición real hacia una arquitectura social diferente, que permita una nueva estabilidad cualitativamente transformada en el transcurso de las próximas décadas. Como dijimos, sin proceso de transición no habrá cambios o, mejor dicho, sí los habrá (y radicales) pero en el camino de una profundización del autoritarismo y la descomposición social, así como del conflicto insoluble con el ecosistema natural, del capitalismo senil.
Esto pone sobre la mesa la necesidad de articular los procesos de cambio democrático, en nuestro país, con la emergencia de un nuevo espacio sindical, basado en la auto-organización y en la combinación de las tradiciones y los espacios obreros más combativos con las experimentación de formas de "sindicalismo social" que permitan enfrentar las nuevas dinámicas precarias y la extensión de figuras para- salariales a ámbitos nuevos como la formación o el trabajo falsamente autónomo.
Iniciativas como el Bloque Combativo y de Clase, conformado por los principales sindicatos antagonistas a nivel confederal, dan cuenta de que el ámbito obrero tiene sus propios actores, y de que la "casta" sindical afecta al sistema debe de ser "desalojada" de sus ámbitos de poder si se quiere caminar hacia un cambio efectivo, al tiempo que se potencia la emergencia de una nueva cultura obrera del conflicto, la democracia, la auto-organización y la decisión de base.
- La cuestión de la batalla de las ideas. Los avances producidos en el "asalto a las instituciones", abren espacios a una posible comprensión de la situación mistificada y simplista, que puede servir como subterfugio al intento de mantener la hegemonía de la clase media en el movimiento. Nos referimos a la pretensión de que la "batalla cultural" se limita a la construcción hegemónica de un "significante vacío" que, mediante efectos retóricos, consiga la adhesión popular a los puros efectos de la toma del poder. Que todos se sientan afectivamente identificados, como dice Laclau, con las figuras que identifican el cambio, y les voten, pero nadie sepa exactamente en qué consiste éste, cuáles son sus apuestas y líneas de desarrollo esenciales, y, por lo tanto, no hagan nada más. Eso garantizaría la hegemonía de los nuevos mandarines de la clase media ilustrada sobre el movimiento, aunque probablemente, también, provocaría su propio agotamiento en la nada, ante el más mínimo bandazo social (los "significantes flotantes" van a estar muy embarullados en los próximos tiempos, según cabe presumir de la creciente inestabilidad sistémica y del régimen).
Si lo que cada vez va a ser más decisivo es el inicio de un proceso de transición, basado en un despliegue de experiencias de construcción popular y de articulación de formas de "poder desde abajo", a una sociedad enteramente diferente, lo único que puede garantizar la profundidad y sistematicidad de las transformaciones, es decir, que las mismas formen un nuevo sistema que lleve a una nueva estabilidad cualitativamente diferente, es precisamente que la "batalla de las ideas" lleve a un proceso de concienciación profundo, radical y amplio de las clases subalternas.
Se trata de la necesidad del protagonismo popular para la construcción de un pueblo fuerte. Y ese protagonismo precisa de niveles de conciencia (de la situación y de las elecciones cotidianas que se hacen en ella) cualitativamente superiores a las del habitante medio de la sociedad del ladrillo. De una nueva cultura de la participación, y no del consumo, que no se agota en la adhesión afectiva a un "significante" (que puede ser, incluso, contraproducente en ocasiones), sino que precisa de dinámicas de construcción de un pensamiento político (en todos los sentidos de lo político y, por tanto, respecto a todas las esferas de la vida) más complejo, consciente, fundamentado y sistemático.
De nuevo, es importante resaltar las diferencias existentes en torno a la interpretación de la dinámica latinoamericana de las úl­timas décadas. Mientras algunos tratan de hacer hincapié en la esencia populista de sus procesos y, por tanto, en la indefinición ideológica de los dirigentes, otros vemos más bien la profundidad de sus experiencias históricas de "educación popular". La multiplicidad, la pluralidad y el trabajo incansable de los miles de militantes de la pedagogía transformadora que llevan décadas acudiendo a las villas miserias y a las favelas, así como a los centros de trabajo, para aprender con el propio pueblo cómo problematizar colectivamente el propio pen­samiento y tener una conciencia acrecentada del mundo que les rodea. En la pues­ta en marcha, a niveles masivos, de procesos de educación popular transformadora y, por lo tanto, en una comprensión más profunda de lo que significa la batalla de las ideas, se juega gran parte de nuestro futuro.
Vamos a despedirnos aquí. Esperamos haber aportado algunos elementos para el debate sobre la nueva situación creada por las últimas elecciones. Un debate que no se puede agotar en la arquitectura de los pactos, o en la actitud a tomar hasta noviembre. La pregunta que cada vez se hace más perentoria, que necesita ser respondida de manera cada vez más urgente y fundamentada, no es si el régimen del 78 logrará sobrevivir a los próximos años, o si el capitalismo senil conseguirá estabilizarse en las décadas que nos esperan, sino qué hay más allá de ellos y de ellas, después del mundo que hemos conocido, en el que hemos amado, sufrido y vivido: deuda, despojo, devastación natural y autoritarismo o auto-organización, protagonismo y construcción popular.



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