Perspectivas para una economía autogestionaria. Apostando por el futuro
(Versión original en castellano del artículo
"Perspektiven für eine selbstverwaltete Wirtschaft",publicado en el número 222 de la revista alemana Direkte Aktion -ver al artículo más abajo)
Por José Luis Carretero Miramar,
profesor, miembro del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión
(ICEA) y autor del libro “La autogestión viva. Proyectos y experiencias de la
nueva economía al calor de la crisis” (Queimada Ediciones. Madrid. 2013).
Gritos, lamentos, insultos. Las
porras policiales suben y bajan. La gente suda, la sangre se derrama, alguien
llora, el grupo de hombres y mujeres sentados, con sus brazos entrelazados,
trata de aguantar unido la embestida de los agentes de la ley que, acompañados
de los funcionarios judiciales y de los ufanos abogados del Banco propietario
del inmueble, van a proceder al desahucio de una familia en un barrio popular
de Madrid.
Algo así ya ha ocurrido
centenares de miles de veces, en las ciudades y pueblos de España, desde el
inicio de la crisis. Es una estampa que se repite, una escena recurrente de
miedo, dolor y desesperación, animada en ocasiones por los destellos de la extraña
dignidad de gentes que, pese a todo, intentan resistir, defender sus casas, los
juguetes de sus hijos, los sueños rotos de los años de bonanza.
Es la crisis, las sacudidas de un
capitalismo senil y fuera de control. Según cifras oficiales, ya hay tres
millones de ciudadanos griegos sin derecho a la asistencia sanitaria, y otros
3.300.000 están a punto de perderlo. En España, 400.000 personas han visto
desaparecer su puesto de trabajo en las Administraciones Públicas (en su gran
mayoría en el entorno de los servicios sociales municipales o en las áreas de
la Sanidad, la Educación o la atención de la dependencia) desde el inicio de la
crisis. En un país que ya superaba los seis millones de parados, en los nueve
primeros meses de 2013, se presentaron 21.949 procedimientos colectivos de regulación de empleo que afectaron a 292.706
personas. Recientemente, más de 3 millones de personas han engrosado las filas
de la pobreza severa (menos de 307 euros al mes) en el Estado Español, mientras
la situación de riesgo de pobreza (retribuciones de menos de 7040 euros
anuales) es compartida por el 28, 2% de
la población.
A nivel global, pese a las
afirmaciones triunfalistas de vuelta al crecimiento, la situación no es mucho
mejor. Según la OIT, desde 2007, 13
millones de mujeres han perdido sus empleos, y más de la mitad de las que
trabajan lo hacen en situación de evidente precariedad laboral, mientras los
recortes y privatizaciones se han cebado principalmente con los servicios
públicos y sociales que permitían liberar, parcial y episódicamente, a las
mujeres de las actividades de cuidado de dependientes y familiares que nuestra
sociedad global, de una forma u otra, les impone.
¿Y las alternativas? Para la
derecha están claras: abono de las deudas, reformas económicas en la forma de
flexibilidad laboral; descentralización productiva (contratas, subcontratas,
trabajo para-subordinado, trabajo migrante, becas estudiantiles no remuneradas
y sin protección social, minijobs…la creatividad gerencial parece no tener
límites); privatizaciones, desmantelamiento de los servicios públicos,
cerrojazo final al llamado Estado de Bienestar, que en muchas partes del mundo
no llegó a existir realmente; autoritarismo político y social, represión
descarnada, con la sombra del “derecho penal del enemigo” ahogando toda forma
de protesta…¿El social-liberalismo? Esencialmente la misma receta: reformas,
memorándums, recortes, pero, eso sí, con un poco más de libertades civiles en
aspectos no directamente políticos.
La única alternativa que parece
apuntar la izquierda es una vuelta a un keynesianismo mutilado. Estímulo
público de la economía, regulación de la banca, fiscalidad progresiva, tasación
de las transacciones financieras internacionales, reestructuraciones de la
deuda…pero nada de entrar a discutir las reformas laborales que pretenden
transformar a Europa en un territorio de maquilas, ni la distribución de la
propiedad y el poder en el seno de los centros de trabajo o la democratización
consecuente de los procesos de gestión de los servicios públicos que han
conseguido sobrevivir a la fiebre privatizadora. Un modelo de Estado fuerte
keynesiano en el seno del mercado global y de los circuitos transnacionales de
valorización.
Ahí residen precisamente sus
límites. En el marco de la crisis global y polifacética del modo de producción
capitalista (que no se agota en el huracán financiero del 2008, sino que
alcanza a lo más profundo de su cultura, su estructura económica y su adaptación
ecológica al mundo natural y a las fuentes de la vida, conformando una
auténtica crisis de civilización para los próximos decenios) la estrategia
keynesiana de vuelta atrás al Estado del Bienestar y al crecimiento sin fin, no
tiene recorrido más que a corto y, quizás, medio plazo.
Ya no es tan fácil diferenciar un
“capitalista bueno” productivo de un “capitalista malo” especulativo, para
favorecer al primero, ni hay alternativas reales a corto plazo para hacer
frente, en una dinámica de crecimiento continuado de la economía, al peak oil y
al resto de procesos de agotamiento de los recursos naturales que alimentan la
producción global. Un nuevo ciclo mundial de acumulación, unos nuevos “treinta
gloriosos” y la generalización de la sociedad de consumo al estilo occidental,
entrarían en abierta contradicción con los límites naturales del ecosistema,
además de constituir un escenario que la clase dirigente, en su conjunto, ni
desea ni favorece, embriagada como está con los saqueos de los últimos tiempos.
Así pues, las únicas alternativas
factibles, al régimen de la deuda y del despojo, al empobrecimiento de las
poblaciones y a la dictadura de las oligarquías financieras, pasan por el
inicio de un proceso de transición, gradual y conflictivo, pero decidido, a
otro tipo de arquitectura social. Una basada en lo que reclaman,
fundamentalmente, las multitudes que han salido en las calles en estos años de
crisis. Lo que se pedía en las Plazas (Puerta del Sol, Taksim, Tahrir..), lo
que se exigía, exponiendo el cuerpo ante la violencia policial, desde Atenas a
Río de Janeiro, desde New York a las calles de Lisboa: democracia. Es decir,
que todos podamos decidir, que las poblaciones decidan por si mismas su destino
y sus formas de relación mutua.
Pero decidir no es tan sólo tener
unos representantes que, bien acunados por los poderes financieros globales, lo
hagan por ti. La democracia no se agota (más bien ni se la ve) en los
Parlamentos, en los partidos, en las magias de la representación y el voto.
Democracia es lo que hacían las multitudes de desempleados argentinos cuando,
ante la crisis, decidían cortar las autovías; las primeras asambleas populares
de barrio del Movimiento 15-M madrileño; las comunidades zapatistas, donde se
manda obedeciendo…
¿Existe por tanto, también, una
alternativa económica? ¿Una democracia productiva? No sólo existe sino que está
desarrollándose, creciendo, expandiéndose ante nuestros propios ojos en toda
una miríada de proyectos populares autogestionarios que nos rodean y que, cada
vez más, pugnan por convertirse en una alternativa real en el momento del
despojo y de la devastación de los servicios públicos.
Existe una alternativa y se está
haciendo en las calles. No es algo teórico, y no depende tan sólo de
afortunadas formulaciones, de dignos estudios etnográficos e históricos, o de estadísticas rigurosas.
Ahí, en los poros de esta sociedad, “el movimiento real que abole el actual
estado de las cosas” va desplegándose, aprendiendo, expresándose, de manera
cada vez más perentoria.
Posemos nuestra mirada en
experiencias concretas, en proyectos reales y encarnados en personas con cara y
ojos, con ternuras y, también, con buenos y malos días.
Hablemos, por ejemplo, del
periódico madrileño Diagonal, producto de los movimientos sociales de la
Capital del Estado Español. Un quincenal de funcionamiento autogestionario que
edita una tirada cercana a los 15.000 ejemplares y se vende en los kioskos, que
tiene su origen, hace más de una década, en un simple folio doblado y
fotocopiado que se repartía en el populoso mercado del Rastro madrileño, entre
los puestos de artesanía y los tenderetes de ropa usada. Una iniciativa que
acaba de llevar a cabo un proceso de crowfunding, entre otras actividades para
obtener la financiación necesaria para poder sobrevivir y aumentar su
dimensión.
También podemos mencionar, por seguir con los
ejemplos, la cooperativa de crédito Coop57. Un proyecto colectivo constituido
inicialmente con parte de las indemnizaciones
por despido que les correspondieron a los trabajadores de la editorial
barcelonesa Bruguera. Se trata de una sociedad conformada por distintas
entidades que permite financiar proyectos autogestionarios, ecológicos y de la
economía social y solidaria, a intereses menores de los de mercado; y en la que
los particulares también pueden depositar cantidades, sabiendo a que van a ser
dedicadas a ello. Crédito ético, financiando proyectos populares.
O la Cooperativa Integral
Catalana, un intento de conformar una red global que se quiere capaz de
permitir hacer una vida entera al margen del capitalismo, conformada, por
ejemplo, por iniciativas productivas, ecoxarxas, ecoaldeas, una cooperativa de
crédito o un Centro de Salud holística autogestionado.
Pero, por supuesto, no vamos a
hablar sólo del Estado Español, aunque en él este tipo de iniciativas han
crecido claramente en estos últimos años de crisis. En otros sitios, como
América Latina, las cosas empezaron a suceder ya antes: tanto el inmisericorde
ataque de los mercados contra las clases trabajadoras y el conjunto de la
sociedad, como la irrupción de los gérmenes y el fermento de la “nueva
economía”.
Así, en Argentina, alrededor de
la explosión social del año 2001, se multiplicaron las llamadas
“recuperaciones” de fábricas que iban a ser cerradas por sus dueños, y que los
trabajadores mismos, tras arduas jornadas de ocupación de los centros de
trabajo y luchas sociales, procedieron a hacer funcionar de forma
autogestionada. Emprendimientos como la
mítica FaSinPat (Fábrica Sin Patrón, anteriormente Zanón, en la ciudad de
Neuquén), la imprenta Chilavert, la Gráfica Patricios o la metalúrgica IMPA,
son de sobra conocidos. Actualmente, según datos del Programa Facultad Abierta
de la Universidad de Buenos Aires, dedicado al estudio y asesoramiento de estas
experiencias, más de 10.000 personas siguen trabajando en Argentina en empresas
recuperadas.
Podríamos poner muchos más
ejemplos de los mismos u otros países (Brasil, Grecia, Francia, Italia, Uruguay,
Egipto…). Quien quiera acceder a una pequeña panorámica de estas iniciativas, y
un poco de reflexión sobre ellas, desde una perspectiva divulgativa, también
puede dirigirse a mi último libro: “La autogestión viva. Proyectos y
experiencias de la otra economía al calor de la crisis”, publicado
recientemente en España por Queimada Ediciones (una editorial con un origen
cooperativo, creada en plena Transición española –años 70- por un grupo de
trabajadores de Artes Gráficas ligados al movimiento libertario, que ha vuelto
a abrir sus puertas al calor del Movimiento 15-M, http://www.queimadaediciones.es/)
Se trata, pues, de una miríada de
proyectos concretos y reales que están haciéndose ante nuestros ojos, que están
conformándose ahora mismo en nuestras calles y pueblos. Pero que afrontan,
también, numerosos peligros, como su desarrollo a la imagen y semejanza de las
instituciones del propio mercado capitalista con el que tienen que competir (profesionalización
de la gestión, control de información interna, separación marcada entre
dirigentes y dirigidos…), como ha pasado con parte del propio movimiento
cooperativo; o como su estructuración como una simple red de “autogestión de la
miseria”, subcultural y marginal, donde individuos sometidos a la mayor
precariedad no hagan otra cosa que gestionar, mal que bien, lo que ni los
capitalistas quieren, lo que no nos roban, simplemente porque no es viable.
Pero todas estas experiencias y
proyectos no significarán nada sino son capaces de articularse fuertemente
entre sí y con las luchas obreras y populares. Es necesario densificar lo que
ya existe, interrelacionar las cooperativas, las redes, las aldeas ocupadas,
las fábricas autogestionadas, y ello de una manera transnacional y capaz de
trascender las fronteras entre Norte y Sur, Centro y Periferia, del sistema
económico global. Sólo desde el apoyo mutuo, y desde la incardinación de las
experiencias económicas con el conjunto de las luchas sociales (por más
democracia, por la abolición de las leyes represivas y autoritarias, por la
resistencia ante las privatizaciones y la precariedad laboral y social, por la defensa del territorio y del
ecosistema …) pueden las prácticas constructivas de la multitud convertirse en
una auténtica alternativa global coherente y capaz de acumular la suficiente
fuerza.
Construir una alternativa
global…eso es, precisamente, lo que lleva gestándose en los últimos decenios de
luchas y de experiencias autogestionarias. Hay perspectivas concretas,
“clásicas” e hiper-modernas que ya han planteado tesis claras (pero en
ocasiones incompatibles parcialmente) en torno a cómo sería una sociedad controlada
por los propios productores, una democracia directa y asamblearia, incluso en
lo económico.
Se dibujan, principalmente, dos
tipos de perspectivas. La primera: la conformación de una tupida red de
organismos asamblearios que, desde lo local y desde los centros de trabajo,
vayan federándose, mediante mecanismos de mandato imperativo y revocabilidad de
las delegaciones, para permitir la planificación participativa de la vida
económica. El modelo clásico, por otra parte, del anarcosindicalismo, pues ya
la CNT planteaba en su Congreso de Zaragoza de 1936, la articulación social a
la imagen y semejanza del funcionamiento interno, basado en el federalismo y la
democracia directa, de su estructura sindical. Un modelo que ha sido, también,
revisitado con las inevitables modificaciones, dado el tiempo transcurrido, por
perspectivas como la de la Democracia Inclusiva, defendida por Takis
Fotopoulos.
La otra: un poco más complicada. Sabiendo los
límites mostrados por la realidad misma de la planificación en las circunstancias
concretas en que ha sido puesta en marcha, conociendo que ningún organismo
central, por participativa y flexible que sea la estructura que lo sustenta,
puede tener todos los conocimientos y toda la información necesarios para tener
una visión acertada y al tiempo global de la vida económica, cabría hacer
espacio a la necesidad de formas de mercado más o menos “libre” entre
cooperativas, iniciativas locales y trabajadores autónomos, ya que el mercado
puede garantizar una mayor flexibilidad y rapidez en la asignación de recursos
en casos concretos. Por supuesto, donde hay mercado hay competencia y, por
tanto, ganadores y perdedores, lo que impone la necesidad de generar
paralelamente un amplio campo de organismos reguladores, bajo la tutela de la
comunidad en general organizada democráticamente, y de servicios sociales comunales
que permitan hacer de colchón y reintegrar a la vida productiva a los
trabajadores de las empresas no viables. Una perspectiva adelantada en su
momento por el economista libertario Abraham Guillén, combatiente cenetista en
la Guerra Civil española y, posteriormente, asesor e inspirador de numerosos
movimientos sociales y guerrilleros latinoamericanos.
Pero también hay en este momento,
en pleno desarrollo, otras perspectivas, como la de la Economía Participativa
(Parecon), divulgada por economistas y estudiosos anglosajones como Michael
Albert o Robin Hahnel, que hace hincapié en cosas tan interesantes como la
distribución de “paquetes integrados” de tareas manuales e intelectuales para
cada puesto de trabajo, para que, en un contexto de autogestión generalizada,
la división del trabajo necesaria para la producción no genere nuevas
jerarquías en el interior de las unidades económicas; o los marcos de análisis
desarrollados en América Latina, como los investigados por Andrés Ruggeri o
Danigno en torno a la “adecuación sociotécnica” entre la producción
autogestionaria y el tipo concreto de tecnología laboral a utilizar y a desarrollar
en dicho contexto, ¿son las mismas las máquinas –o el uso de las máquinas- que
deben desplegarse en la producción autogestionaria que en el mercado
capitalista? ¿No han sido muchas veces diseñadas en un marco en que ciertas
posibilidades –la cooperación, la comunicación entre los operarios- trataban de
evitarse, mientras otras –la vigilancia, el control externo- se fomentaban, sin
un sentido propiamente productivo?
Proyectos e iniciativas, también,
para construir un marco de análisis sobre la autogestión y la economía
colectiva desde el anarcosindicalismo y el movimiento libertario, como el
Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA), organismo creado
en el Estado Español que ha realizado en los últimos años numerosos textos
sobre el tema, impartido conferencias y cursos, organizado actividades y
Jornadas, asesorado en temas variados a experiencias concretas y colaborado con medios de comunicación, como
el propio periódico Diagonal ya citado, en la divulgación del pensamiento
económico alternativo, libertario y cooperativo.
Si, como decimos, una nueva
sociedad está gestándose en los poros de nuestro actual capitalismo senil tal y
como se gestó la propia sociedad burguesa en los intersticios del Antiguo
Régimen, esa nueva sociedad necesita de un pensamiento y una capacidad de
plantear objetivos y visiones globales a la altura de los desafíos de un siglo
XXI que amenaza con ser convulso y preñado de amenazas y posibilidades.
Se trata, pues, de edificar un
nuevo pensamiento transformador adaptado a un mundo que muta aceleradamente.
Nuevas perspectivas basadas en el análisis de las prácticas efectivas llevadas
a cabo por las poblaciones cuando luchan y cuando tratan de construir nuevas
realidades, más que en el desarrollo deductivo, abstracto y puramente teórico
de principios o dogmáticas inamovibles.
Las luchas populares, los
levantamientos de los explotados y los oprimidos han existido siempre. La
diferencia cualitativa, esencial, que ha aportado el movimiento obrero en sus
vertientes socialistas revolucionarias, ha sido la posibilidad de sistematizar
y organizar las experiencias de resistencia. Sabemos ahora de las luchas
campesinas del Renacimiento, por ejemplo, porque trabajadores intelectuales y
sindicalistas recuperaron y organizaron la transmisión de esa tradición. Y,
además, tenemos otras cosas: la memoria de los últimos siglos de luchas contada
por sus protagonistas, no por los vencedores; la idea generalizada de que es
necesario organizarse y mantenerse en guardia permanentemente para no perder
derechos, para no caer en la tiranía más absoluta.
Es el momento de reapropiarse de
esas tradiciones y alumbrarlas al calor de lo nuevo. De pensar si dogmas ni
rigideces sobre las prácticas efectivas de las clases populares y de insertar
ese pensamiento en el seno de esas mismas prácticas por medio de un amplio
diálogo con ellas.
En el plano económico es el
momento, pues, de trabajar sobre el concepto de la democracia económica (la
autogestión) que hoy, ahora, está más vigente que nunca, ya que las propias
poblaciones acosadas por la devastación neoliberal se lo apropian como una
precaria tabla de salvación frente a la debacle ecológica y social. Perfilarlo,
adaptarlo a la realidad efectiva, problematizarlo, popularizarlo, generalizarlo.
Acompañar las luchas con la
construcción de una alternativa global y de conjunto que muestre la vitalidad
de unas clases populares que, pese a décadas de derrota o marginación, nunca
han abandonado la partida. Y están más vivas que nunca.
Madrid, 4 de enero de 2014.
José Luis Carretero Miramar.
Comentarios