Sus papeles y los nuestros

Los papeles de Bár­cenas cartografían la construcción de la hegemonía, la voluntad de poder hecha acto. El esqueleto de una red que se quiere victoriosa y capaz de agradecer las fidelidades. Junto a los otros papeles, los que aún no hemos visto –los de la otra pata del bipartidismo–, dibujan el mapa de 30 años de estabilidad juancarlista, de control total de los negocios, la academia, la judicatura, los media, la cultura...; del consenso entre las élites y el reparto de tareas que ha permitido generar una casta política privilegiada y absolutamente funcional a las clases dirigentes. La Transi­ción era, también, esto. La construcción de un turnismo vigilado por las élites económicas y de un mundo cultural y político vacío, grisáceo. Alérgico a las “grandes narraciones” y a las pulsiones vitalistas. Nada es gratis, no te equivoques, hacer carrera es tener los amigos adecuados.
Esos son los papeles de Bár­cenas, el Manifiesto Scum de un régimen al borde de la implosión, malherido, atenazado por las contradicciones económicas y políticas más graves de las últimas décadas. Sin recambios claros, sin estrategia alguna, a merced de los deseos de frau Merkel y los financieros del Norte, viendo cómo se achica su espacio de maniobra, tratando de sostener instituciones heridas de muerte.
Ahora bien: si ésos son los papeles de Bárcenas, ¿dónde están los nuestros? ¿cuál es la cartografía de nuestras alianzas, el mapa de nuestros pactos mutuos? Construir, desde abajo, el bloque social que pueda disputar la hegemonía, en todos los ámbitos, a los heraldos del neoliberalismo, los recortes y la nueva miseria, impone desestructurar nuestras capillas y abrir nuestros espacios. Y también pactar con lo que hay, no con lo que nos gustaría que hubiese, en los sectores sociales afectados por los ajustes. Se trata de estructurar una mayoría –interclasista, no hay duda– capaz de ejercer como tal, de golpear conjuntamente, de apoyarse mutuamente, más allá de días específicos y de identidades expandidas mediaticamente. Eso implica organización, pactos claros y plataformas comunes. Y no excluye, por supuesto, la construcción paralela, en su seno, de ámbitos específicos de clase que pretendan articular proyectos de mayor profundidad.
Para disputar los espacios sociales, para frenar la deriva catastrófica de nuestra sociedad,debemos volver a pensar desde la realidad material que amenaza con inundarnos, no desde los principios inamovibles ni desde las traducciones forzadas de clásicos antiguos o modernos. Trabajar con lo que nos rodea y con los sujetos que, efectivamente, lo pueblan, para construir una alianza social mayoritaria que abra espacios a una democracia profunda, a la recons­trucción de una economía vivible, y a la preparación de proyectos más ambiciosos de transformación social. Es un proceso, no un acto. La imagen no es la de la insurrección de un día –que para poco sirve, si no hay un trabajo previo y posterior–, sino la de las olas que vuelven una y otra vez a la orilla pero, eso sí, para llegar cada vez más lejos. Disputar la hegemonía exige la alianza. La alianza exige la generosidad. La generosidad exige la fuerza para sentirse capaces de construir en común, pese a desengaños y temores. La fuerza exige la organización, la formación y la apuesta vital. ¿Dónde están nuestros papeles?
José Luis Carretero Miramar.

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