Un año en los sillones, ¿cambiando el mundo o cambiando el tapizado?

José Luis Carretero Miramar, integrante de ICEA. Periódico Diagonal
21/06/16 · 1:28
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Acto de campaña de En Marea el pasado domingo en A Coruña. / PODEMOS
Llevamos un año de asalto institucional. Un año de ayuntamientos del cambio, de nuevas caras y figuras populares, de novedosos héroes mediáticos, más jóvenes, rutilantes y decididos.
No negaré que Errejón o Pablo son mucho más jóvenes, guapos y estilosos que Rubalcaba y Arias Cañete. Que Rita Maestre, Colau y Carmena son más simpáticas, inteligentes y chic que Botella o que la 'diablesa' Aguirre. Tampoco negaré que han hecho alguna cosa buena, como besarse en público, elevar un poquito –no mucho– el debate público del adormecido régimen del 78, o eliminar alguna testa coronada, en versión únicamente artística, del espacio público. Y quizás algunas cosas más.
Pero lo cierto es que el cambio del cambio nos ha sabido a poco. Las grandes promesas del nuevo municipalismo siguen sin cumplirse: remunicipalizaciones, banca pública, auditoría de la deuda, caza y desmantelamiento de los grandes poderes económicos locales y, más en concreto, bloqueo de las grandes operaciones especulativas urbanísticas, etc.
Y, a nivel estatal, el glorioso decorado de la confluencia de todos los que en algún momento ya estuvieron en IU, tampoco ha sido suficientemente energizante para despertarnos tras meses de jugueteos con las pequeñas astucias, los tacticismos y el fango interno. Al final, tanta virtú maquiavélica puede derivar en un amplio coro de bostezos.
La única alternativa viable a corto plazo parece ser gobernar con el social-liberalismo de Pedrito o sus congéneres locales
Todo ello, además, cuando la única alternativa viable a corto plazo parece ser gobernar con el social-liberalismo de Pedrito o sus congéneres locales, si lo tienen a bien, y les dejan, los viejos dinosaurios del Partido.
Resulta que ahora nos enteramos de que hay algo así como un “techo de cristal” para las ansias del cambio desde las instituciones. Hay un techo de cristal para los votos que se pueden sumar, pero, aún más, incluso si se gana hay un “techo de cristal” para las medidas que se pueden tomar desde los gobiernos, ya sea por la “herencia recibida”, por las “alianzas necesarias”, porque “pusimos de jefa a alguien que no se siente concernida por los acuerdos programáticos”, porque “tenemos que gobernar para todo el mundo, no sólo para los nuestros”, o “porque aún no es el momento, esperemos a ver si madura el limonero”.
Resulta paradójico, ya que algunos de ellos fueron los que nos dijeron que eran las movilizaciones las que tenían un “techo de cristal”, que se iba a traspasar, sin duda alguna, desde el voto y el 'me gusta' en las redes sociales.
Pero lo realmente preocupante no es lo anterior, sino la deriva creciente de nuestros ediles y parlamentarios hacia la normalidad discursiva y práctica. Hacia la gestión del desastre en que consiste, en lo más profundo, la política cotidiana del mundo del Capital.
Así, empieza a hacerse valer entre ellos la teoría de la 'autonomía de lo político', según la cual los que fueron elegidos desde matrices orgánicas derivadas de los movimientos, no deberían responder en nada frente a ellos. O la hipótesis –probablemente “híbrida y deseante”– de que “la legalidad es el límite de lo político”, que hubieran firmado sin duda gran parte de los Procuradores en Cortes del último franquismo, dado que la legalidad en cuestión es siempre heredada y está blindada para impedir su transformación.
Vamos, que el proceso constituyente que se nos prometía habría que hacerlo desde Bruselas o desde Washington, o renunciar a él, dada la textura de la normativa al respecto. Lo que está claro es que empieza a parecer poco probable que desde lo institucional en rebeldía, las articulaciones múltiples de los movimientos y las prácticas efectivas de lo común puedan desplegar sus efectos para dibujar un nuevo régimen.
Los movimientos –como siempre, por otra parte– tendrán que empezar a pensar en buscarse las habichuelas autónomamente, y construir su propio proceso de constitución social, desde la confluencia de las iniciativas autogestionarias, los sindicatos, las cooperativas, las asambleas populares, las fuerzas reales del poder popular.
Y eso necesita pedagogía y prácticas de ruptura. Y, sobre todo, la capacidad de evitar la cooptación y manipulación desde las nuevas estructuras centradas en lo institucional, cada vez más poderosas en términos financieros y mediáticos.
Desde la autonomía, pero con una relación inteligente con las instituciones, que parte de la vigilancia y una sana desconfianza, pero también de la utilización defensiva de los resortes discordantes y los espacios rescatables, los movimientos tendrán que jugar la baza de la movilización o resignarse a la devastación. Reconstruirse y generar nuevas instituciones de lo común, más allá y muchas veces en contra de las estatales colonizadas por el Capital, o asistir como espectadores impotentes a la emergencia de la pesadilla que nos preparan las oligarquías globales.
Por otro lado, dedicarse al circo mediático, al gesto vacío, o al sectarismo de los principios puros, podría significar para algunos un proyecto personal viable. Pero quienes queremos construir un proyecto colectivo de liberación y empoderamiento popular debemos partir de estrechar lazos y contaminarnos mutuamente, pero también de hacer explícitos los debates necesarios.

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