Juego de cambios.
Por José Luis Carretero Miramar. Periódico Diagonal.
04/02/16 · 8:00
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Juego de Tronos es una serie que ocurre en el vacío. Los personajes se enfrentan en un escenario detenido en el tiempo. No hay progreso tecnológico ni transformación política ni de la base económica. Por no cambiar, no cambia ni la moda en el vestir. Esto es lo que viene a indicar el exmontonero Juan Carlos Garavaglia en su autobiografía.
Es un análisis clave, aunque él mismo probablemente no lo sepa, para interpretarmucho de lo que está pasando en nuestro país tras el 20D.
Las fuerzas del cambio político se han articulado alrededor de un discurso que eleva la táctica, los golpes y contragolpes, los efectos mediáticos, a la categoría de elemento esencial para actuar ante la realidad. Maquiavelo, quizás.
Pero en la realidad de su tiempo, Maquiavelo y sus compatriotas no fueron capaces de hacer frente a la emergencia de las nuevas fuerzas político-económicas determinantes de una mutación esencial de la sociedad europea.
Más allá de que sus libros sean buenos, lo cierto es que los italianos, con toda su astucia y audacia, fueron un juguete frente a las fuerzas del naciente Estado-Nación francés, organizado hasta el detalle por burócratas con muchas menos ansias de figurar.
Aceleración
El problema es que la política no se hace en un universo detenido. No sólo importa quién esté en el trono, sino si hay trono, y en qué tipo de sociedad está ese trono. Y en este momento de mutaciones aceleradas en el que el capitalismo senil está entrando en una senda de inestabilidad sistémica de resultados imprevisibles, la realidad se transforma con mayor velocidad que nunca.
La nueva política amenaza con devenir vieja política a la acelerada velocidad en que Tsipras cumple las imposiciones de la troika. ¿Cómo evitar esa deriva? Y lo que viene después es imposible de prever, pero pinta muy oscuro si sólo nos centramos en los golpes y contragolpes momentáneos de los líderes.
Trabajar por la revolución política, aunque sea en un abrazo problemático con el socio-liberalismo, y no mirar nada más, como hacen nuestros diputados de La Montaña, impide darse cuenta de las transformaciones esenciales en la base económica y cultural que nos rodea. Precariedad creciente, conservadurismo vital en expansión, sesgo identitario, política caudillista...
Los valores de muchos poderes emergentes en la economía global conectan bien con un populismo autoritario que no tiene nada que ver con eso de la democracia de las plazas.
El circo
Algunos queremos otra cosa. No nos basta el cambio político. Queremos el cambio social. Que los productores decidan libremente qué, cómo y para qué producir. Que la abundancia sea colectiva y los esfuerzos creativos se dirijan a generar riqueza cultural, afectiva y de cuidados para todos y todas. Que las personas sean libres de desarrollar sus propias capacidades y expresar su propia individualidad irrepetible. Eso implica organización desde abajo, voluntad pedagógica, construcción de un pueblo fuerte. Fortaleza y generosidad. Autogestión.
En estos momentos Pablo hace equilibrios sobre un alambre, mientras Pedro amenaza con ser devorado por los leones y las lágrimas de Mariano se deslizan sobre su roja narizota de plástico. Tenemos circo para rato. Pero no olvidemos que alrededor todo está cambiando a la velocidad más fulgurante de la historia.
Es nuestra vida y va a cambiar. Si la nueva política quiere significar algo debe alimentarse de ese cambio y enfrentar decididamente las tendencias a la regresión que amenazan con devorar nuestro mundo. Debe zambullirse en la cooperación, la creatividad y el protagonismo popular real.
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