Jean Marie Guyau: la vida que se desborda
(Publicado en el periódico Contramarcha).
Jean Marie
Guyau (1834-1888), fue un potente pensador que, pese a su prematura muerte, fue
ampliamente conocido y valorado entre los ambientes libertarios de principios
del siglo XX. Guyau, ciertamente, no era un militante de bandería alguna, pero
a él se refiere Pedro Kropotkin en su obra “La moral anarquista” en los
siguientes términos:
“Pertenece
a ese joven filósofo, Guyau – a ese pensador anarquista sin saberlo-, haber
indicado el verdadero origen de tal valor y de tal abnegación (- se refiere a
la fuerza moral-), independiente de toda fuerza mística, independiente de todos
esos cálculos mercantiles, bizarramente imaginados por los utilitarios de la
escuela inglesa.
Allá donde
las filosofías kantiana, positivista y evolucionista se han estrellado, la
filosofía anarquista ha encontrado el verdadero camino.
Su origen,
ha dicho Guyau, es el sentimiento de la propia fuerza, es la vida que se
desborda, que busca esparcirse. `Sentir interiormente lo que uno es capaz de
hacer es tener conciencia de lo que se ha dicho el deber de hacer´.
Así pues,
Guyau, un anarquista sin saberlo, inspira muchas de las principales páginas de
la obra ética kropotkiniana. En él se apoya también el mismo Ferrer i
Guardia cuando, para defender la
coeducación de los sexos afirma:
“El autor
de la Religión del Porvenir – y tengamos aquí en cuenta que el título real del
libro de Guyau al que se refiere fue “La irreligión del porvenir”, título que
probablemente Ferrer no cita fielmente para no atraerse aún más las iras
eclesiásticas- refiriéndose a la mujer en el asunto indicado, dice: `El
espíritu conservador puede aplicarse a la verdad como al error; todo depende de
lo que se dé para conservarse. Si se instruye a la mujer en ideas filosóficas y
científicas, su fuerza conservadora servirá en bien, no en el mal de las ideas
progresivas´”.
Así pues,
dejemos sentado que Guyau tuvo su influencia en algunos de los más importantes
pensadores libertarios de principios de siglo. Pero, ¿qué era lo que defendía
Guyau?, ¿qué proponía? Lo cierto es que, increíblemente poco editado en la
actualidad en nuestro país, su filosofía vitalista, que le permitió en su época
ser tildado de “el Nietzsche bueno”, mantiene una potencia impactante que no
debe ser desestimada.
Como puede
leerse en su “Esbozo de una moral sin obligación ni sanción”, Guayu mantuvo que
la génesis del imperativo moral no tenía un origen sobrenatural, no descendía
sobre el hombre desde las alturas de una revelación divina o desde la
abstracción de una Idea con mayúsculas, desde fuera de él. Era la misma
condición del fenómeno vida, su propia potencia desbordante, su propia
abundancia, el hecho de que sólo crece gastándose, esparciéndose, lo que daba
al hombre una triple fecundidad que le permitía actuar más allá de su propia
supervivencia inmediata (nutrición y acrecentamiento son los dos aspectos
básicos del ser vivo): una fecundidad intelectual que le lleva a imaginar y
desarrollar explicaciones del mundo; una fecundidad del sentimiento y la
emoción que hace que tengamos “más lágrimas de las que hacen falta para
nuestros propios sufrimientos, más goces en reserva de los que justifica
nuestra propia felicidad”; y una fecundidad de la voluntad que lleva al hombre
a actuar, construir, producir, modificar el mundo con su propia capacidad de
trabajo.
Fecundidad,
pues, abundancia de energía que es necesario, imprescindible stricto sensu, que
se gaste para que el organismo crezca con armonía. Esa es la esencia de la
vida. Y ese es el fundamento natural, no divino, de la moralidad misma. Si
pensar es, necesariamente, hacer. Si no hay oposición entre ambos términos “en
un organismo sano”, cada uno hace lo que puede, y lo hace porque puede hacerlo.
Cada uno se marca el ideal apropiado a su propia potencia, expresión de su
propia abundancia. Cada uno, en definitiva, debe hacer todo lo que puede hacer,
precisamente porque puede hacerlo. No hay un bien y un mal predeterminados. Es
la propia tensión de la vida, en el ascenso que permite, la que impone de qué
es capaz cada cual y, por lo tanto, cual es su deber moral. Deber sin más
sanción, por otra parte, que la propia expansión de la energía vital del
individuo.
Una ética
esencialmente vital y solar. Voluntad, potencia, despliegue de la fuerza, conceptos
caros a su contemporáneo Friedrich Nietzsche. Pero Guyau es el Nietzsche
“bueno”. Si para Nietzsche la mayor expresión de la abundancia de vida es el
dominio, para Guyau es la comunión con el resto del universo, la generosidad es
la marca de una energía acrecentada. Regalarse es expresión de una potencia
superior. Una oposición menos marcada de lo que pueda pensarse, no en vano
Guyau también ve a la lucha, al afán de superación y al amor al riesgo como
expansiones de la fuerza vital, y el propio Nietzsche, aunque despreció la
compasión, no dejó nunca de hablar de la “virtud que hace regalos”.
Coincidencias que no son tan aleatorias: Nietzsche tenía, según se cuenta, el
“Esbozo” en su mesa de trabajo, profusamente subrayado y anotado con glosas
laudatorias y feroces críticas.
Y, por
supuesto, si se habla de moral, también lo hace de educación. Guyau le dedicará
un libro que se publicará tras su muerte: “La educación y la herencia”. Su
definición de la enseñanza es clara y diáfana:
“Investigación
de los medios de formar el mayor número posible de individuos en plena salud,
de facultades físicas o morales tan desenvueltas como sea dable, capaces por lo
mismo de continuar el progreso de la humanidad”.
Hablamos,
en definitiva, de una pedagogía que sea capaz “de adaptar a las generaciones
nuevas a las condiciones de vida más intensa y más fecunda para el individuo y
para la especie”. Todo ello con un triple fin:
“Primero,
desenvolver armoniosamente en el individuo humano todas las capacidades propias
de la especie humana y útiles a la especie, según su importancia; segundo,
desenvolver más particularmente en el individuo las capacidades que parecen
serle especiales hasta donde no dañen el equilibrio general del organismo;
tercero, contener y someter los instintos y tendencias susceptibles de
perturbar este equilibrio.”
Una
defensa, en resumen, de una educación integral, racional y antiautoritaria que,
aunque con sus claroscuros –como algunas de sus posiciones respecto a la mujer-
le harán figurar en el popular “Breviario educativo libertario” de Tina Tomossi,
por derecho propio.
Así pues,
Guyau, el filósofo de la fecundidad de la existencia, de la vida que se
desborda, lo fue también de una educación humanista fundamentada en una ética
de la propia potencia. Pese a que murió muy joven, leer a Guyau es deleitarse
con la expresión de una personalidad poderosa.
José Luis
Carretero Miramar.
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