No quiero ser Zizek
NO QUIERO SER ZIZEK.
(Publicado en el blog del periódico Diagonal "Economía para todos")
En una
entrevista reciente, el señor Slavoj Zizek se ríe de sus alumnos de la
Universidad de Nueva York. Afirma que son “idiotas y aburridos”, que “le daría
igual que se suicidasen”, que no entiende que “le cuenten sus problemas
personales”, y muchas otras cosas
semejantes. No es la primera ocasión en que uno de los mayores héroes actuales
de la postmodernidad izquierdista hace
declaraciones polémicas y feroces, no hace mucho ya corría por las redes, con
ansia viral, un vídeo en el que se reía de zapatistas y communards y afirmaba
que la democracia directa es imposible y que lo que él desea es un gobierno de
Tsipras reelegido ininterrumpidamente con “porcentajes búlgaros” (el propio Tsipras, en el mismo video, se
carcajeaba complacido ante todas y cada una de las fanfarronadas de Zizek).
La ventaja que tenemos los profesores de secundaria
de la Comunidad de Madrid es que no tenemos que endeudarnos con una entidad
financiera para pagar una matrícula, ni que irnos a Nueva York, para oír perlas
de sabiduría de semejante magnitud. En
realidad, lo que el sr. Zizek dice (y
hasta el mismo tono en que lo dice y la misma pretensión de sentirse un “divino
provocador” al decirlo) no es más que lo que cualquiera puede escuchar en casi
cualquier Sala de Profesores de cualquier instituto público de nuestra región,
cuando los docentes, en su mayoría votantes de la derecha y cansados de su
profesión, abren la boca para soltar exabruptos contra sus alumnos.
El “resentimiento de la Sala de profesores” (ese “que
malos son mis alumnos” y “como los odio”) puede ser un motivo como otro
cualquiera para iniciar una conversación, una válvula de escape para tensiones
cotidianas, o una mezquina venganza psicológica frente a gentes que tienen, en
mi caso por lo menos, entorno a los 18 años y, previsiblemente (aunque ya
sabemos cómo es en realidad nuestra sociedad al respecto), más actividad sexual
que yo (o que Zizek). La mayoría de las veces no es más que una forma de
expresar el cansancio por el día de trabajo que no pretende convertirse en
canónica. Lo que hace realmente digno de mención el episodio de Zizek es que el
mismo diga esas cosas, conscientemente, en público, y que su coro de palmeros
transnacional lo aplauda, exactamente como aplaudió sus lugares comunes sobre
zapatistas y asamblearios. Lo que marca la diferencia (por la que no estoy
dispuesto a pagar un billete a la Gran Manzana, todo hay que decirlo) es que
estamos ante el que parece que pretende convertirse en el Hermann Terscht de la izquierda, a fuerza de
decir exactamente las mismas cosas que el otro Hermann Terscht (nuevamente, lo
cierto es que en la Comunidad de Madrid tenemos ventajas en muchos aspectos).
Lo principal, permítaseme mencionarlo, pese a que no
soy más que un pobre “profe” de instituto, es que el señor Zizek, con sus
declaraciones sobre sus alumnos, ha
firmado una directa renuncia a su condición de intelectual. Ni más, ni menos.
¿Por qué digo esto? Porque recogiendo la definición sartriana al respecto,
entiendo que un intelectual no es más que un científico o un técnico que,
dándose cuenta de las contradicciones que implica su posición en el seno de su
sociedad (el sistema te enseña y te pone en una posición social concreta para
utilizarte, pero lo que te enseña tiene unas exigencias propias y puede ser
utilizado para liberar), reflexiona sobre ello, trabaja sobre ello, lo pone en
cuestión, sean cuales sean sus conclusiones, que siempre son tentativas. Zizek
renuncia a embarcarse en dicha dinámica cuando renuncia a implicarse, a comprometerse,
con la realidad en la que está, con su condición de profesor. Si sus alumnos le
cuentan sus problemas personales, el profesor esloveno debería preguntarse por
qué, interpelar a sus alumnos al respecto y, también, explicarnos que piensa
sobre ello, más allá de reiterar las perlas inanes de quien pretende “epatar a
los niños”.
Epatar a los niños, porque “epatar a los burgueses”,
que es lo que parece querer hacer gran parte de la progresía postmoderna (ese
“pensamiento de la derrota”, que diría Nestor Kohan) se ha vuelto cada vez difícil. Total, en
“Sálvame” hablan con absoluta normalidad del incesto o del sexo oral homosexual
, así que epatar sale cada vez más caro. Ya sólo se puede epatar a los niños, a
algunos supernumerarios del Opus (que no
a todos) y a los activistas políticos universitarios y pseudo-radicales, que en
muchos aspectos son como niños.
Reflexionar sobre la propia condición de profesor,
implica operar un diálogo fructífero con los alumnos. Un diálogo que no es
adulación, pero tampoco pura pose televisiva. La acción pedagógica es una actividad con una alta carga emotiva y
cognoscitiva, una actividad que necesita de intelectuales , es decir, de gentes
que reflexionen sobre su propia acción y su propia posición social. Con el
neoliberalismo, Zizek apuesta por el “profesor-showman”, la “estrellita
refulgente” que marca las distancias y hace expreso el desprecio a los alumnos
que, en las aulas, se amalgama a menudo con el clasismo más estrecho (lo cierto
es que los chavales no responden a nuestro “habitus” de “clase media”
universitaria: se mueven de otra manera, hablan de otra forma, tienen otros
intereses). Escuchar a los alumnos, aunque a veces te carguen o estés cansado,
sirve para saber qué está pasando, y para aprender y problematizar tu
profesión. Si lo sabré yo, que estoy escribiendo esto ante la interpelación de una alumna de Formación Profesional
indignada, no por Zizek, sino por la posibilidad de que los demás “profesores
izquierdistas” pensemos lo mismo de ella y sus compañeros.
Lo cierto es que a mi mis alumnos no me parecen
“idiotas y aburridos”. Bueno, no todos, no todo el tiempo, de todo hay. A mi
mis alumnos a veces me interpelan, a veces me indignan, me entristecen, me
hacen reír, temblar, emocionarme, gritar y enfadarme, prepararme la lección,
sentir ternura, nervios o expectación pero, sobre todo, preguntarme qué diablos
hago allí plantado explicándoles el despido o las cooperativas. Me hacen
reflexionar, plantearme los usos sociales de mi profesión y el sentido de mi
propia práctica cotidiana, complejizar y problematizar mi pensamiento, mi forma
de ver el mundo y actuar en él. Por eso
no quiero ser Zizek, escondido en un Departamento, huyendo de los alumnos y
odiando las tutorías, obligado a epatar cada vez más a los inepatables.
Por cierto, me voy a clase. Ahí les dejo
pensándoselo, agradézcanselo a mi alumna.
José Luis Carretero
Miramar.
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