La autogestión, aquí, ahora.
LA
AUTOGESTIÓN, AQUÍ, AHORA.
La
irrupción del Movimiento 15-M y de sus secuelas, al calor de la crisis
económica, ha significado también el pistoletazo de salida para toda suerte de
procesos de experimentación social y activista, para la generación de un
auténtico laboratorio práctico producto de la creatividad popular.
Prueba
de ello son, precisamente, las numerosas experiencias autogestionarias que se
han visto alimentadas o, siendo previas, re-vitalizadas, en los últimos años de relativa efervescencia
social.
La
autogestión, como fenómeno de cooperación productiva y de trabajo en común,
democráticamente organizado, se presenta como una forma plausible de encarar
las peores determinaciones de una crisis económica que ha catapultado las
cifras del paro y la pobreza hasta extremos inéditos en las últimas
décadas. Trabajar colectivamente, hacer
frente de manera común y desde la igualdad a las necesidades más perentorias,
parece ser una perspectiva cada vez más ensayada en las calles de nuestras ciudades
y pueblos.
Podemos
partir de proyectos previos, cercanos o no al mundo activista, que se han visto
popularizados y renovados en los últimos tiempos, como el del periódico
Diagonal, ligado a los movimientos sociales madrileños, o como las ocupaciones
de tierras para trabajarlas en común puestas en marcha por el Sindicato Andaluz de Trabajadores en
localidades como Marinaleda o Somontes.
También
podemos mencionar empresas recuperadas (es decir, que fueron colectivizadas y
puestas a funcionar en régimen de autogestión por sus propios trabajadores, al
ser cerradas por sus antiguos propietarios) como la Barcelonesa Mol Matric; o
redes de intercambio, distribución y comercialización de productos ecológicos,
fundamentadas en la defensa de la soberanía alimentaria y de la sostenibilidad
ambiental, como La Garbancita Ecológica, que agrupa numerosos grupos de consumo
y, al menos, 35 agricultores, ganaderos, transformadores de alimentos y
artesanos, en la Comunidad de Madrid.
Precisamente,
el tema de la necesaria adaptación a un futuro en el que la expoliación del
medio ambiente no podrá continuar como hasta el presente, por haberse alcanzado
los límites ecológicos al crecimiento sin fin impuesto por el capitalismo, se
ha constituido en un elemento central desde las apuestas que alimentan los
fenómenos autogestionarios en la actualidad. No es, por lo tanto, extraño que
la perspectiva que alimente muchos de sus proyectos esté basada en una
producción ecológica y socialmente responsable, como es el caso de iniciativas
como la cooperativa de energía renovable catalana Som Energía o la red de
consumo alimentario Bajo el Asfalto está la Huerta! No en vano se le ha
denominado a la economía cooperativa y solidaria con el apelativo de “economía
solar”, haciendo hincapié en su condición de alternativa de conjunto al vértigo
productivista de un capitalismo que, al entender como externalidad ajena a las
cuentas de resultados de las empresas los
daños medioambientales, y al expoliar intensivamente, espoleado por la competencia
feroz entre sus actores económicos, recursos no renovables, pone en peligro las
mismas bases de reproducción de la vida en el planeta.
Pero es
que, además, esta economía cooperativa y autogestionaria, alimentada por la
irrupción del 15-M, ha ensayado también soluciones innovadoras e imaginativas a
muchos problemas centrales de nuestro tiempo: desde la articulación de un
espacio para las finanzas éticas y responsables frente al depredador negocio
bancario que nos ha llevado a la crisis, como el conformado por proyectos como
Coop 57 (una cooperativa de crédito que
alimenta a numerosas entidades sociales en todo el Estado, y en la que
cualquiera puede invertir sabiendo, a diferencia de lo que ocurre con las entidades
financieras tradicionales, a donde va su dinero y, además, pudiendo participar
en dicha decisión); hasta la irrupción de las llamadas Corralas andaluzas
(edificios ocupados por grupos de vecinos que han sido previamente
desahuciados, que en algún caso han terminado configurándose como cooperativas
de vivienda) como mecanismo ideado para garantizar de hecho, ante la pasividad
de los poderes públicos, el derecho a la vivienda que, es de suponer, aún nos
viene reconocido por la propia Constitución.
La
autogestión, pues, como alternativa, como prefiguración una “otra economía”, de
una manera distinta de entender las relaciones productivas y la configuración
de los derechos ciudadanos, desde una perspectiva que entiende la democracia
más como participación directa de los afectados en las decisiones colectivas,
que como delegación en supuestos representantes, realmente puestos al servicio
de las grandes oligarquías transnacionales.
Un
alternativa que se quiere global, y que trata de construir sus propios espacios
de confluencia, sus propios mercados específicos, donde compartir desde la
igualdad y desde el respeto a los criterios de responsabilidad social y
ecológica, como el Mercado Social de Madrid, un conglomerado de numerosos
proyectos autogestionarios, como la librería Traficantes de Sueños o la empresa
de fontanería y calefacción Asgard Solar, impulsado por la Red de Economía Alternativa y Solidaria (REAS), en cuyo seno
se utiliza una moneda propia (el Boniato), y que acaba de animar la Primera
Feria de Economía Solidaria de Madrid.
Alternativas,
por otra parte, que no deben ser entendidas, por supuesto, como
antitéticas a la organización de las
luchas sociales y la resistencia a los recortes, o a la defensa de los
servicios públicos esenciales (eso, sí, socializados en lo posible). Pelear por
lo común, practicar lo cooperativo son, en definitiva, formas confluyentes de
prefigurar y defender un nuevo tipo de sociedad que tenga a los seres humanos
como su centro, y no a la acumulación sin fin de Capital a cualquier precio.
Defender lo común, practicar lo colectivo. Producir y resistir, pues.
Construyendo desde aquí, desde ahora, un futuro vivible frente al caos desatado
por un sistema capitalista en plena senilidad.
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