Una oportunidad para la cultura.
UNA OPORTUNIDAD PARA LA
CULTURA.
Una
historia del mundo cultural desde la Transición española conformaría el abrupto
escenario de una ocasión desperdiciada.
Construida
a la imagen de un proceso político que no implicó ruptura alguna con el pasado dictatorial,
sino simple reforma, en la que se olvidaron oportunamente todos los puntos de
fricción y se respetó la arquitectura de los elementos esenciales del poder
social, la cultura nacida y desarrollada bajo el régimen juancarlista no puede
calificarse más que como un enorme fiasco.
Abatidas
las apuestas “utópicas”, declaradas impensables las “grandes narraciones”,
artistas, escritores, cineastas, se volcaron sobre lo doméstico, lo
costumbrista y pintoresco, para construir una cultura sin aristas ni sustancia.
La eterna historia del despertar sexual de un tierno adolescente reprimido sin
más actividad neuronal que algún libro de citas intrascendentes se repetía en
todas las pantallas, provocando el aburrimiento mortal y el coro de bostezos de
las generaciones posteriores, que procedieron diligentemente a huir de todo eso
que aquellas gentes se empeñaban en seguir llamando “creación”.
Pero
a la sombra de la pereza se construían otras cosas: junto a los cineastas cuya
única “transgresión” posible y previsible era hacer jolgorio de una sexualidad
medianamente desinhibida (al fin y al cabo, todo el mundo seguía actuando según
los cánones tópicos de su identidad social, tradicionalmente definida) medraban
los “organizadores”. Gerentes, críticos, publicistas, académicos, secretarios
varios, gentes que se dedicaban a manejar las ingentes subvenciones asociadas
al chalaneo inherente a un bipartidismo feroz y tendencialmente autocrático.
Politiquillos mezquinos, personajes grises, más preocupados por conseguir acceso
al amiguito instalado en el sillón público, que a ningún tipo de actividad
intelectual o artística que, en el mejor de los casos, no era más que el ligero
barniz que envolvía la búsqueda de medro personal.
Había
que ser listo y estar en el candelero. Y eso implicaba hacer muchas reverencias
y mostrarse muy servil con el Partido del gobierno o de la oposición, dar
inigualables puñaladas traperas al adversario y, por supuesto, odiar de manera
absoluta a todo aquel pretendiera hacer, culturalmente, algo más que repetir
fórmulas gastadas, pero claramente inofensivas para los amos del poder
mediático y financiero. Aquí, durante décadas, como bien afirmara Balzac al
reflejar una sociedad bien parecida, el hombre honrado era “el enemigo común”.
Covachas,
capillitas, camarillas en constante enfrentamiento cainita por cuotas de poder
expresadas en el reparto clientelar de los emolumentos públicos. Salas vacías,
huida en masa de la población de una cultura mortecina, superficial,
absolutamente ajena a las vibraciones generosas de la vida, que siempre ocurría
en otra parte.
Todo
ello, por supuesto, construyó también la imposibilidad y la incapacidad que
atenazan a la propia “intelligentsia” del sistema para prever o analizar una
crisis que no es sólo es económica. La crisis cultural implementada sobre la
renuncia al trabajo intelectual y sus rigores, levantada sobre un mundo de
corruptelas y endogamia, elevada sobre el cinismo y la pose desencantada de
quienes nunca mostraron más vida que intereses, ha sido, también, la crisis de
un modelo de pensamiento burbujil, vacío y glorificador del poder cada vez más
desnudo de los menos.
Cualquier
socio del Ateneo de Madrid, por ejemplo, podrá rememorar lo que ha sido la
Docta Casa en los últimos tiempos: el escenario del despliegue de unos círculos
radicalmente antidemocráticos (por contrarios a la participación colectiva) y
asociados a los distintos ámbitos del poder capitalino; más preocupados por no dejar espacio de
llegada a la ubre estatal a los neófitos y competidores, que por desarrollar
proyecto cultural, intelectual o pedagógico alguno.
Algo puede cambiar, sin
embargo. Recientemente, la Docta Casa ha sido también el escenario de una
rebelión cívica sin precedentes inmediatos. Los socios y las socias han evitado la puesta
en marcha de un “Plan de Viabilidad” que, a la imagen y semejanza de los
ajustes impuestos por la Troika al Estado Español, pretendía tomar medidas
absolutamente antisociales, incuyendo un ERE respecto a los empleados de este
espacio centenario.
Tras
los reinos de Taifas, los EREs. Alguien tiene que pagar el festín de los
tiempos del juancarlismo feliz, lo políticamente correcto y la cultura del
vacío y las “pequeñas narraciones”. Y, como siempre, se pretende que los
paganos sean los trabajadores y aquellos que, por su oposición impertinente a
todo lo que ha sido, fueron sometidos a una oportuna marginalidad.
Pero
no nos engañemos: en las calles, en los centros culturales, hasta en el mismo
Ateneo, algo ha cambiado. La energía cívica de las multitudes de las Plazas, la
resistencia impenitente de los sectores aún vivos de esta sociedad devastada,
dibuja un nuevo escenario.
A
la cultura del hastío y el aburrimiento, del clientelismo y de la reverencia,
de los que están desencantados de estar vivos, se opone ahora el radical
redescubrimiento de la pasión por el trabajo intelectual como fundamento
popular, como proyecto de humanización y de propagación de la ternura y las
sinergias que se oponen a las imposiciones de la Troika voraz y de sus
mezquinos imitadores a pequeña escala.
Construyendo
una nueva cultura. Tomando las plazas, los centros públicos o sociales, los
Ateneos (la Docta Casa, también), para hablar, para pensar, para compartir, para
debatir, para crear, generaremos el tejido que dote de sentido y posibilidades
a una praxis más allá de las imposiciones, la estulticia y el autoritarismo.
Todos
juntos. Sin renunciar a nuestras diferencias. Cooperando.
José
Luis Carretero Miramar.
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