Aprender haciendo, la transformación educativa
APRENDER
HACIENDO LA TRANSFORMACIÓN EDUCATIVA.
(Publicado en la revista Trasversales. www.trasversales.net)
“Los
hombres pueden hacer y rehacer las cosas, pueden transformar al mundo (…)
pueden superar la situación en la que están siendo un casi no ser, y pasan a un estar siendo en
búsqueda de un ser más” (Paulo Freire).
Los
recortes de los últimos años han impactado en el mundo de la enseñanza de
manera radical. Recientemente una noticia del diario Público hacía hincapié en
que, desde el inicio de la crisis global, el Estado Español ha recortado más en
puestos de trabajo de profesores que de policías o en Defensa. Asimismo, en la
Comunidad de Madrid, la imposición de instrucciones de inicio de curso que
aumentan el número de horas lectivas a impartir por los docentes en la
enseñanza secundaria, así como el cierre de grupos de Formación Profesional o
el desborde absoluto de las ratios de alumnos por aula, han generado el caldo
de cultivo de una acelerada precarización de la función docente, compaginada
con una evidente pérdida en la calidad de la acción educativa.
Este
proceso viene acompañado por una creciente deriva encaminada a facilitar la
intromisión del mercado y las empresas privadas en el mundo de la enseñanza
pública. Ya no es sólo que se favorezca a los colegios concertados,
permitiéndoles saltarse la normativa que les impone límites a lo que pueden
cobrar a las familias, o deshacerse del alumnado conflictivo que, por pura
equidad en el uso del gasto público, les correspondería; sino que además,
diversas fundaciones vinculadas con el IBEX o empresas subsidiarias de
transnacionales, así como “chiringuitos” disfrazados de consultorías o
asesorías de todo pelaje, se van introduciendo, con la excusa del fomento del
espíritu emprendedor o de las competencias “light” de la empleabilidad y el
liderazgo, en el ámbito de la formación profesional de los docentes o en
aspectos cada vez más vinculados con la propia enseñanza de los alumnos o las
prácticas laborales asociadas.
La
organización de la Formación Profesional Dual en Madrid, por ejemplo, donde la
improvisación y la ausencia de visión de conjunto, se dan la mano con la
privatización de funciones públicas (como la admisión del alumnado) y con la
construcción de un espacio operativo de mano de obra barata, constituido por
los propios alumnos, con nula o muy limitada capacidad de control y seguimiento
por parte de los centros educativos; contrasta, incluso, con su implementación en otras comunidades como
Euskadi, donde el marco generado por el sistema educativo ha sabido adaptar el
modelo nórdico con una mayor dignidad, o con el propio modelo alemán, donde los
tutores de las empresas están sometidos a un proceso de selección, seguimiento
y control por parte de los poderes públicos incomparable con el nuestro, o donde el modelo mismo ha sido
pensado y adaptado a un marco productivo concreto (la empresa media industrial
basada en el trabajo de alta
cualificación) inexistente en la mayor parte de la Península Ibérica.
Pero lo
fundamental es que todo este proceso de degradación no se produce en el vacío,
sino todo lo contrario, constituye una debacle silenciosa pero letal, en un
momento decisivo.
El
proceso de descomposición y crisis civilizacional del capitalismo, que ha ido
profundizándose y acelerándose desde la tormenta financiera del 2007, opera de
manera brutal sobre el mundo de la enseñanza. Las vertiginosas transformaciones
tecnológicas, geopolíticas, culturales y sociales de los últimos tiempos han
puesto en jaque a un modelo educativo basado en una dinámica keynesiana y
fordista. El servicio público universal de la enseñanza-fábrica, basado en el
monopolio del conocimiento por los docentes y la estabilidad social ha
reventado por todas sus costuras.
Aulas
multiculturales, tensionadas por una pobreza revisitada de familias de working
poors y precarios de todo tipo. Conocimientos cuya misma pertinencia está es
puesta en cuestión, ante la creciente marea de lo audiovisual, lo
afectivo-relacional y las necesidades de la empleablidad, que muestran una
agresiva tendencia a una ambigua mixtura de creatividad e innovación y simple
aculturación y nuevo analfabetismo. Procedimientos que han saltado en pedazos
en el vértigo, también ambivalente, de la gamificación, el Aprendizaje Basado
en Proyectos y otros nuevos métodos que se mueven en la gama amplísima y contradictoria
que va desde la “pedagogía de la plastilina y las lucecitas de colores” hasta
la profundización de los proyectos más progresistas y transformadores. Centros
en plena degradación, desorganizados, sin recursos y sin autonomía, poblados
por trabajadores precarios y sobrecargados de tareas burocráticas y por jóvenes
nihilistas que, muchas veces, tienen claro que para conseguir el éxito social
es más importante ser caprichosamente friki (como los famosetes que salen en
televisión o en las redes sociales) que conocer a Platón o a Goya.
La
debacle del modelo educativo amenaza con bloquear e imposibilitar no sólo toda
posibilidad de cambio del modelo productivo español ahora mismo (cosa que, por
otra parte nadie intenta) sino, también, toda transformación del trasfondo
cultural de nuestra sociedad que pueda servir de suelo y sostén de un proceso
de cambio social democrático y liberador en medio del caos creciente.
Ahora
que todo el armazón del sistema global cruje y se descompone, que todo cambia a
pasos agigantados, y que el mundo amenaza con ser muy otro a muy breve plazo,
el sistema educativo español se degrada y hunde entre la nostalgia de un mundo
que ya no existe y el feroz acecho de los buitres y las hienas que han husmeado
la posibilidad de hacerse con sus despojos.
Esa es
una mirada posible.
Y es
real, pero incompleta.
La
situación, como en todos los momentos en que lo fundamental está en crisis está
también cargada de contradicciones y ambigüedad.
La
debacle del modelo pedagógico tradicional es también el marco de oportunidad
para la experimentación con nuevas formas de enseñar y de aprender que son, al
tiempo, instrumentos generadores de vivencias de lo común capaces de crear
conciencia de la propia situación social y de los mecanismos que pueden ayudar
a cambiarla.
El
propio vacío de la juventud arrasada en un torbellino de cambios, ese del que
tanto hablamos, es también el espacio generatriz de nuevas formas de
creatividad y de nuevos discursos de lo común que pugnan por encontrar un hilo
conductor capaz de generar una visión de conjunto que fundamente una nueva
“gran narración”.
En este
escenario, las luchas de los docentes y de la comunidad educativa en su
conjunto han de superar y trascender el ámbito de lo profesional y lo
corporativo (ese ámbito en el que son una y otra vez derrotadas por la
maquinaria mediática de la derecha, que les enfrenta al desesperado
resentimiento del resto de los trabajadores,
y por el propio conservadurismo de sus componentes y representantes
sindicales) para alcanzar a ser lo que en puridad son: luchas por la textura,
por los componentes esenciales, de una nueva cultura, de una base dialógica
para una nueva sociabilidad.
Dar un
sentido nuevo a la escuela, construir el aula sin muros, conectada y pletórica de flujos de saber y de vivencias de lo
colectivo. Inventar una pedagogía de la pregunta, de la colaboración y de la
iniciativa, frente a los degradados modelos de la pasividad o de la
superficialidad. Construir pueblo también es construir las condiciones de
posibilidad de una movilización educativa profunda y creativa. De una ofensiva
sobre las nociones de lo que importa conocer y de cómo hemos de hacer para leer
colectivamente nuestro mundo.
Decía Paulo Freire: “yo no me
concientizo para luchar. Luchando me concientizo.” Aprender haciendo es, para
la comunidad educativa, multiplicar las oportunidades para una nueva cultura.
La cultura donde la libre potencia de los individuos alimente el caudal creador
de lo colectivo.
José Luis Carretero Miramar.
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