Del FMI al contact center.
Andrea Schaechter es una alemana morena que ha superado ya hace tiempo la cuarentena, economista. Y alguna cosa más: jefa de la misión del Fondo Monetario Internacional que ha empezado a visitar nuestro país para elaborar un informe que se hará público en diciembre.
Schaechter es una perfecta muestra de lo que son los tecnócratas que trabajan para las grandes instituciones globales de gestión de la gobernanza económica occidental: doctorada con una tesis que indagaba en la alineación de los intereses del Bundesbank con el BCE, ha trabajado en la Comisión Europea, más tarde en el FMI, donde ha sido jefa de misión en Rumanía, y ha participado en las visitas a Ucrania y Kosovo. Es autora de papers referidos a las reglas fiscales impuestas por los organismos internacionales, en la búsqueda de la ‘siguiente generación’ de normas que puedan “aumentar los riesgos reputacionales de su incumplimiento para los gobiernos y proveer de herramientas adicionales de refuerzo” para los organismos internacionales.
Los deseos de la Troika son órdenes en un país dependiente. El nuestro es un país puesto al servicio de la obsesión monetarista de las oligarquías del Norte, y de su empeño en salvar una y otra vez al Deutsche Bank, que va camino de un pronto nuevo rescate. Andrea va a tener mucho trabajo, desde que la aprobación del Fiscal Compact [Pacto fiscal europeo] por la Unión Europea en 2012 ha aumentado el control de la burocracia de la Comisión sobre las cuentas de los Estados miembros.
Y por eso, por supuesto, tenemos investidura. La España sin gobierno ha llegado a su fin. Y muchas caretas han saltado por el camino. El bipartidismo se defiende desde la desmovilización social que la ‘nueva política’ ha favorecido, al entender la crisis del régimen de una manera aislada respecto a la crisis civilizacional del capitalismo. No hay espacio para ‘recambios de élites’ ni para una racionalización limitada y keynesiana de la política económica. Menos en un país dependiente, rodeado de un bloque geopolítico en plena deriva al absolutismo. Sólo la irrupción en el tablero de las multitudes conscientes y organizadas puede encauzar la crisis que vivimos en una dirección progresista, iniciando un proceso de transición a una sociedad diferente.
María, Débora y Javier son trabajadores de una gran empresa de Contact Center. Están ampliamente cualificados para su puesto: los licenciados abundan en el sector del telemárketing. Este mes han realizado una jornada de huelga en el marco de la negociación de su convenio. Las largas jornadas, la precariedad vital, los contratos temporales, forman parte de su día a día. Son unos privilegiados, dice la prensa pagada por la oligarquía alemana. Los vagos y vividores trabajadores españoles.
Luisa Luque ha sido despedida, pese a ser delegada sindical, por encabezar una huelga en una empresa del mismo sector: Eulen. Una multinacional con más de 84.000 empleados. Un gigante de los servicios globales. Los que juegan a quedarse con los servicios públicos privatizados tras cada informe de gente como Andrea Schaechter.
De Luisa a Andrea hay un trayecto llamado clase. Un trayecto que impone construir las herramientas organizativas y discursivas que hagan emerger las resistencias al proyecto del Capital. Empezando por las remunicipalizaciones, por la construcción de lo común, por el desarrollo en el conflicto de un pueblo fuerte y consciente. Por la invención de nuevas formas de vida y nuevos derechos, con la altivez y la alegría de quienes están construyendo un mundo para todos y no sólo para unos pocos.
Por José Luis Carretero Miramar, en el periódico Diagonal.
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